Año CXXXV
 Nº 49.535
Rosario,
miércoles  10 de
julio de 2002
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Editorial
El ruido, enemigo silencioso

No es un error; tampoco una humorada. El título de esta columna editorial alude a la creciente pero inadvertida incidencia del ruido en el casco céntrico de Rosario. Los efectos negativos que sobre la salud tanto física como psíquica de la población tiene un elevado nivel de decibeles son importantes. Así, el fenómeno deteriora de manera notable la calidad de vida de quienes habitan en esa zona de la ciudad. Y lo hace, paradójicamente, de modo "silencioso": es decir, sin que las víctimas lleguen en muchos casos a percibirlo de modo consciente.
El preocupante incremento fue revelado por un reciente estudio sobre calidad ambiental que relevó los seis distritos de la ciudad. Tal como lo publicó La Capital en su edición de ayer, el centro del ejido urbano -diferenciado favorablemente del resto de la ciudad en lo que atañe a servicios sanitarios, calidad edilicia e infraestructura sonora- sufre las nefastas consecuencias de un nivel de ruido que supera el máximo permitido de sesenta decibeles, fundamentalmente en las esquinas. La obvia superpoblación vehicular que caracteriza las intersecciones de calles provoca que en ellas la cifra llegue, en muchos casos, a superar con holgura los setenta decibeles.
Puede resultar útil recordar que los efectos del ruido excesivo sobre la salud son similares a los que genera el miedo: aumento de las pulsaciones, modificación del ritmo respiratorio, vasoconstricción periférica e incremento de la tensión muscular y la presión arterial. Además, la pérdida de audición inducida por el ruido es irreversible debido a la incapacidad de regeneración de las células ciliares.
Las soluciones que proponen los expertos en urbanismo para enfrentar los decibeles altos se relacionan con la creación de las llamadas "islas sonoras" o la insonorización de los edificios cercanos a los "puntos negros" de ruido. Pero sus costos, elevadísimos, las tornan inviables hasta para el Primer Mundo. Así, las medidas preventivas se convierten en el único camino posible.
Sin embargo, el problema es ignorado por las autoridades. Sin dudas que la gravedad de la crisis presente fija un orden de prioridades en el cual el ruido excesivo no puede estar primero, pero mejorar la calidad de vida de mucha gente resulta mucho más sencillo de lo que parece: el periódico control del funcionamiento de los escapes de los vehículos, por ejemplo, sería un primer paso sencillo. Sólo haría falta implementarlo, y que fuera efectivo.


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