| | Ecos del Mundial: Sermón de la planicie Los sentimientos y la pasión que sólo puede generar el fútbol son pintados magistralmente por un escritor brasileño
| Carlos Drummond de Andrade (*)
Bienaventurados los que no entienden ni aspiran a entender de fútbol, porque de ellos es el reino de la tranquilidad. Bienaventurados los que, por entender de fútbol, no se exponen al riesgo de asistir a los partidos, porque no retornan con decepción o infarto. Bienaventurados los que no tienen pasión clubística, pues no sufren de enero a enero con apenas unas cucharaditas de alegría a título de bálsamo, o ni eso. Bienaventurados los que no formarán parte del equipo, porque no tendrán a sus madres aterradas, su sexo contrariado y su integridad física amenazada al salir del estadio. Bienaventurados los que no son convocados a jugar, porque escapan de vallados, proyectiles, contusiones, fracturas y aún de la gloria precaria de un día. Bienaventurados los que no son cronistas deportivos, porque no tienen que explicar lo inexplicable y racionalizar la locura. Bienaventurados los fotógrafos que cambian el registro del deporte por el de los desfiles de modas, pues no precisan gastar un tiempo infinito para fotografiar el relámpago del gol. Bienaventurados los fabricantes de pelotas y botines, que no reciben a las primeras en la cara y a las segundas en la entrepierna, como los asistentes ocasionales de picados. Bienaventurados los que no consiguieron comprar a tiempo una TV en colores para acompañar la Copa del Mundo, pues mirando el aparato del vecino sufren sin pagar 20 cuotas por el sufrimiento. Bienaventurados los sordos, pues no los alcanza el detonar de las bombas de la victoria, que fabrican otros sordos, ni el matraquear de los locutores, carentes de exorcismo. Bienaventurados los que no viven en calles de hinchada institucionalizada, o en sus inmediaciones, porque recogen sólo el 50 por ciento del barullo preparatorio o celebratorio. Bienaventurados los ciegos, pues les es ahorrado torturarse con el espectáculo en directo o televisado de la marcación cerrada, que paraliza a los campeones, o de la jugada imprevisible, que les destruye la invencibilidad. Bienaventurados los que nacieron, vivieron y se fueron antes de 1863, cuando se codificaron las leyes del fútbol, pues escaparon de los tormentos de la hinchada, inclusive de los ataques cardíacos infligidos tanto por la derrota como por la victoria del equipo bienamado. Bienaventurados los que, entre la pelota y un botón, se contentan con éste, principalmente el de la camiseta, pues se consuelan más fácilmente por perder el botón de la ropa que con no atrapar la victoria. Bienaventurados los que, a la hora del partido internacional, consiguen oir la sonata de Albinoni, pues de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que no confunden la derrota del equipo de Laponia por el equipo de Tierra del Fuego con la victoria nacional de Tierra del Fuego sobre Laponia, pues a ellos no los visita el sentimiento de guerra. Bienaventurados los que, después de escuchar este sermón, aplicaran todo el ardor infantil en el pecho maduro para desear la victoria del seleccionado brasileño en esta y todas las futuras Copas del Mundo, como hace un viejo sermonero desencantado, aunque hincha al fin, pues para el diablo va la razón cuando el fútbol invade el corazón. (*) Nota escrita por una de las mejores plumas brasileñas antes del Mundial de España 1982. Carlos Drummond de Andrade fue periodista y representante destacado de la literatura de su país.
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