Cae la tarde en la fea habitación del Flamingo Motel, un edificio de los 50 como hecho a medida de una comedia retro de Nicolas Cage. En el hall, una convención de lecheros del Medio Oeste aporta el punto kitsch espontáneo a la escenografía que Waits gusta desplegar en las pocas entrevistas que concede con cada álbum. Desde que no bebe, Tom ha adelgazado. Tiene el pelo clareado y la tez tostada por el clima californiano. Viste de negro y toma café aguado. Alterna la conversación con canciones, te taladra con sus diminutos ojos azules. Habla a ráfagas, con esa voz cautivadora y gutural que alguien describió un día como "Louis Armstrong en el infierno". Y se muestra, en persona, tan teatral, reflexivo, sarcástico, esquivo y puntualmente sentimental y sincero como dejan intuir algunas de sus canciones: "Nunca dije la verdad, así que no puedo mentir".
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