| | cartas A la memoria de Darío
| Conocí a Darío Santillán tres o cuatro meses atrás, cuando comencé a trabajar en la investigación y escritura de un libro acerca de los diversos y diferentes movimientos de trabajadores desocupados del país, y también organizaciones de campesinos, y fábricas tomadas, y, en fin, una serie de expresiones novedosas y a todas luces dignas del aplauso y del apoyo. Darío era, debo decir, un muchacho de veintipico, repleto de vida y grandeza. Ojos claros, de color índigo, ojos apasionados, ojos jugados. Suficiente era observarlo para caer en la cuenta de que en ese cuerpo robusto, más allá de una timidez quizá arcaica, había aires de futuro. Porque Darío gozaba cada abrazo, cada apretón de manos, cada vez que hacía referencia a la lucha que llevaba adelante. No pretendía mucho. Una vida digna. Para él y para todos. Tenía, me dicen ahora, veintiún años. Lo vi cuatro veces en mi vida. El primer encuentro fue durante mi primera visita al barrio La Fe, Monte Chingolo, Lanús del más puro. Quería conocer a la gente del Movimiento de Trabajadores Desocupados de Lanús. Darío me condujo por las calles embarradas del asentamiento mientras me contaba todos los aprietes de la policía, y de los matones del justicialismo de la zona. Allá, me decía de manera muy apocada pero decidida, apretaron a Juan, una camioneta, tres tipos con armas largas por la ventanilla. Y sonreía con cierta resignación. Después llegamos a la guardería que había construido el MTD-Lanús. Y charlamos. De todo. Su obstinación era la lucha. El segundo encuentro fue a mediados de abril, en el piquete de Donato Alvarez y Condarco, a metros de Monte Chingolo. Un miembro del Servicio Penitenciario Nacional había baleado a Juan Arredondo frente a la Municipalidad de Lanús. Y Darío parecía más firme y seguro de sí mismo. El tercer encuentro ocurrió el primero de Mayo. Un saludo al pasar, porque no había mucho tiempo para la charla. El cuarto, y último, fue ocho días atrás. En una reunión del MTD-Lanús. Mientras caminaba hacia el lugar vi a Darío, su espalda, su pelo, caminando junto a su novia, más baja, claro, Darío con su brazo derecho sobre el hombro de ella. Minutos después estábamos en una especie de galpón. Delegados de la Aníbal Verón. Y un mate. Y un par de bromas y después cómo organizar ésto y aquéllo. Y Darío que se va con la novia. Y regresa ya a la panadería del MTD, un par de horas después. Y me abraza, y abraza a todos los que lo rodean, cuando Luis echa a andar la mezcladora. A Darío, al grandote y generoso Darío, lo mataron. Un artero disparo en la espalda. La prensa de siempre, la que suele obviar las razones de la barbarie, la que suele tomar partido por un estado de cosas que favorece la podredumbre, la miseria, el conformismo, la prensa que suele anteponer el dinero y la buena vida a la información veraz, ha dicho que hubo incidentes. Incidentes. Vaya manera de resumir, de modo arbitrario y choto, la feroz represión que le atravesó la espalda a Darío, mató a Maximiliano, e hirió decenas de personas. Darío, te mando el abrazo de siempre. Hernán López Echagüe
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