Año CXXXV
 Nº 49.525
Rosario,
domingo  30 de
junio de 2002
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El cementerio de los rufianes y prostitutas de Pichincha
Historia del crimen: La tierra prometida de los impuros
El Cementerio Israelita de Granadero Baigorria preserva una historia que todavía permanece inexplorada

Osvaldo Aguirre / La Capital

El Cementerio Israelita de Granadero Baigorria atesora una historia que todavía no ha sido explorada. Allí están enterrados, según puede comprobarse a partir de la documentación existente, varios de los antiguos proxenetas, madamas y pupilas que habitaron el barrio de Pichincha. Esa circunstancia, y el secreto que siempre lo rodeó, ha cargado al lugar de misterios que esperan ser develados.
La necrópolis se inauguró en 1934, en un terreno adyacente al actual Cementerio El Redentor. El predio fue comprado por la Unión Hebraica de Rosario, que lo administró hasta el 23 de junio de 1959, cuando lo cedió sin cargo a la comuna local.
La existencia de esa sociedad supone un misterio adicional. Según Mario Gluck, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y coautor con Luis Gerovich de una historia aún inédita de la colectividad judía en Rosario, "la Unión Hebraica no figura dentro de las instituciones de la colectividad judía, por lo menos a nivel oficial" y su existencia "quedó totalmente marginada del resto de la colectividad".
La Unión Hebraica parece haber sido una pantalla de los rufianes de origen judío que se radicaron en Rosario. Uno de sus directivos, Saúl Friedman, figura como detenido por la policía el 21 de mayo de 1930 en una redada contra proxenetas en Pichincha. Según una crónica de La Capital, fue apresado en una casa de Güemes 2965, "donde se estableció que funcionaba una sinagoga, fundada y frecuentada por elementos de mal vivir".
Los dirigentes de la colectividad judía se preocuparon por apartar de sus instituciones a los tmeim (impuros), como se llamó a los proxenetas y "empresarios" de la prostitución. La primera medida consistió en impedir el ingreso de los rufianes a los templos. Luego se prohibió celebrar entierros religiosos de tratantes de blancas.
"Se los excluía sin mencionarlos explícitamente -dice Gluck-. En 1917, la Asociación Israelita de Beneficencia, una de las instituciones con mayor permanencia, hizo una reforma de sus estatutos por la cual se dispuso, textualmente, que «no podrán formar parte de esta sociedad bajo concepto alguno personas que se dediquen a una ocupación o lleven una vida inmoral. Este artículo, bajo ningún concepto, no podrá ser nunca modificado»".
Los caftens solían agruparse en sociedades de socorros mutuos. La más conocida fue la Varsovia, que en 1929 cambió su nombre por el de Zwi Migdal. Existía en ellos el interés genuino de sostener su religiosidad: querían tener sus sinagogas y un lugar donde enterrar a sus muertos.

Donde reina el olvido
El antiguo Cementerio Israelita tiene un acceso propio, con frente sobre las vías del ferrocarril. Una calle bordeada por cipreses divide el terreno en dos sectores. En el principal se encuentran tumbas que pertenecen en su mayoría a hombres; en el otro se hallan enterradas mujeres.
Contra un muro, aisladas, se hallan dos tumbas. La ubicación propone otro desafío; el enigma aumenta porque una de las tumbas carece de la menor referencia como para identificar a su ocupante. "Tal vez estén aparte porque fueron suicidas, o gente muy pobre", conjetura Gluck.
La disposición de las tumbas parece seguir también pautas familiares. En la primera fila del sector principal, yacen los restos de Pincus Helfer; en la segunda, detrás suyo, se encuentran sepultados su esposa, Sara Gutgold, y su cuñado, David Gutgold.
Pincus Helfer, que parece haber sido el último presidente de la Unión Hebraica, fue "escrachado" en 1930 como rufián por el diario rosarino Reflejos, donde se denunció que había conseguido de manera fraudulenta la nacionalidad argentina. En su tumba, con su nombre, se observa un grabado: dos manos extendidas y a la vez unidas por el pulgar.
"Ese es uno de los indicios de la profunda religiosidad de los rufianes -explica Mario Gluck-. Esas manos significan que la persona es Cohanin, proveniente del apellido Cohen. Quien tiene ese apellido teóricamente desciende de la tribu de Aarón, el hermano de Moisés. Por lo tanto tiene un lugar especial dentro del ritual".
Por ejemplo, "hay determinados rezos que hacen únicamente los Cohanin. Una de las cosas que no puede hacer un Cohanin es estar frente a un muerto. Otras que deben hacer integran el ritual religioso".
En otra tumba se encuentran los restos de León Rubinstein, que según Héctor N. Zinni era de nacionalidad islandesa y aparecía como dueño del Venecia, un prostíbulo de dos plantas que funcionaba en Brown entre Pichincha y Suipacha.
El cementerio también preserva un fogón -utilizado a efectos religiosos-, una galería y una sala donde se realizaba la preparación ritual de los cuerpos antes de su inhumación.
Esa sala, según se lee en una placa que conmemora el hecho, fue construido con los aportes de tres asociadas: Anita Baran, Sara Waisman y Sofía Greistz. La primera habría sido madama de prostíbulos en Pichincha. El lugar aún conserva la mikvá, una mesa de mármol en que se depositaba el cadáver. Allí se lo despojaba de sus ropas y se lo bañaba.
Luego, dice Gluck, "un hijo o un familiar varón tiene que recitar un rezo y se hace el entierro. Puede haber un cantor o un rabino acompañando y tienen que estar presentes diez personas varones. El número diez es clave para cualquier ritual".
La galería a su vez resultó de una donación de la esposa de Max Zysman, cuyo nombre figuró entre los 108 procesados en 1930 en el juicio a la Zwi Migdal y que reingresó a la Argentina tras ser expulsado a Uruguay (ver aparte).
En las tumbas pueden leerse no sólo los nombres de quienes allí fueron enterrados sino también alguno de sus datos, como el lugar de origen o la nacionalidad, en general polaca y rusa. Además hay grabadas inscripciones y textos religiosos.
Algunas tumbas carecen de identificación, otras muestran orificios y roturas. "Se dice que una vez entró alguien y disparó contra las fotos. En realidad se arruinan por el óxido", dice el administrador del cementerio El Redentor, Dionisio Copari.
Las tumbas acusan el paso del tiempo, y el olvido, ya que según comenta Copari, las visitas de familiares son excepcionales -la última se produjo hace un año- y no se permite el ingreso del público.
Una calma inusual domina el predio. "Aquí hay una gran paz", observa el administrador. Pero el silencio está lleno de voces no escuchadas.



La necrópolis es un lugar casi sin visitantes. (Foto: Gustavo de los Ríos)
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