Además de preguntarnos ¿cómo terminará todo esto?, una de las cuestiones que hoy en día más nos preocupan, es la de saber ¿cómo haremos para reconstruir el país, cuando se vayan todos?
Son innumerables los ejemplos de países destruidos por guerras o catástrofes, que demuestran cómo el destrozo material y la decadencia económica se superan con rapidez si los gobernantes y gobernados cuidan celosamente del capital social. Por eso es importante comprender qué es y en qué se basa este recurso. Sin capital social, la reconstrucción de Argentina se convertirá en un proceso tan desesperadamente lento, tan repleto de fracasos y de retrocesos, que estimulará la deserción de las personas más valiosas, porque comprenderán que el esfuerzo carece de sentido. Si así ocurriese, se convertirá en realidad la tremenda frase que Dante Alighieri escribió en la "Divina comedia" y que acuñó en el frontispicio del Infierno: "¡Abandonad toda esperanza, quienes aquí entrais!".
En la Argentina, hoy estamos próximos de entrar en el infierno económico y social porque a toda máquina vamos perdiendo los restos del capital social que todavía quedan.
Para hacer una prueba práctica sobre este tema, póngase cada uno de ustedes en la situación de estar viajando por un país extranjero y de repente presenciar la inconducta de otro compatriota. Si usted trata de censurar su mal comportamiento y en su nombre pide disculpas al extranjero perjudicado, sin ninguna duda estará valorando el capital social de los argentinos y trata de preservarlo de la mala imagen brindada por ese individuo maleducado. Pero si en ese preciso momento, siente vergüenza de ser argentino y trata de eludir cualquier referencia a su patria, entonces póngase en estado de alerta: el capital social de los argentinos ya no vale nada.
Factores productivos
La economía sólo puede brindar mayor bienestar para todos si cuenta con tres factores productivos: el capital, el trabajo y la capacidad de organización. Los recursos naturales no tienen mayor importancia. Hasta ahora sabíamos que el capital se compone de distintas formas.
Hay un capital financiero, compuesto por los recursos monetarios que cada uno posee y que son el ahorro individual y las inversiones que con ese ahorro se realizan. Ese capital acaba de ser destruido por el corralito, la devaluación, la pesificación y la violación del orden jurídico. Los responsables directos de esta subversión económica no son otros que los mismos que ocupan cargos con poder político y que ahora pretenden revestirse con un ropaje nuevo.
Existe un capital físico, formado por las plantas industriales, las máquinas y la tecnología para producir bienes. Todavía este capital físico sigue estando disponible en nuestro país y conserva una relativa actualidad, aun cuando esté amenazado por el desgarramiento del orden jurídico, la devaluación que impide su adecuado mantenimiento y las pérdidas que no permiten incorporar modernas tecnologías.
También tenemos un capital humano, basado en la capacidad personal y el conocimiento de cada individuo, que dependen de un buen sistema educativo, de la excelencia de los profesores y de una disciplina escolar que centre el proceso educativo en el esfuerzo del alumno y no en el facilismo o el paro docente. En algunos institutos educativos -públicos y privados- este capital humano se mantiene en buen nivel, pero está siendo atacado por dos enemigos mortales: el pedagogismo de las autoridades educativas que toleran la indisciplina estudiantil a costa de la superficialidad en la transmisión del conocimiento y la falta de profundidad en el estudio del contenido de cada asignatura.
El capital social es el que permite construir la trama social sobre la cual cada uno de nosotros se siente protegido y estimulado.
El capital financiero puede verse arra
sado, el capital físico puede volverse obsoleto y el capital humano puede deteriorarse, pero los tres pueden recuperarse en corto tiempo. En cambio, cuando se pierde el capital social es muy difícil o casi imposible volver a reconstruirlo.
Con el capital social no sucede lo mismo que con las demás clases de capital, porque depende de la conducta de todos nosotros: la de los gobernantes y la del pueblo. Se compone de cuatro elementos sustanciales: la honestidad, la reciprocidad, el respeto y el cumplimiento de la palabra empeñada.
El capital social comienza a destruirse cuando las palabras se vacían de contenido, no dicen lo que expresan y ocultan la verdad. Las palabras huecas de políticos que mienten son uno de los factores más envilecedores del capital social porque la devaluación de las palabras importa más que la devaluación de la moneda.
Pero además de la mentira y del incumplimiento de la palabra empeñada, el capital social depende de la conducta honesta de cada uno de nosotros y de un sentimiento social en el que reparamos muy poco, pero que se denomina reciprocidad y que tiene lugar entre las personas cuando cada una decide actuar de una manera solidaria porque está seguro de que recibirá una acción equivalente.
Esa reciprocidad social transforma los contactos diarios entre vecinos en una poderosa red de protección social, donde cada uno está seguro de que ayudando a los demás es como algún día podrá recibir protección de ellos.
Una profunda analista norteamericana, Jane Jacobs, en su libro sobre "La vida y muerte de las grandes ciudades norteamericanas" describe un incidente urbano que ilustra sobre las fuerzas de este capital social que estamos explicando: "En Manhattan, un hombre mayor trataba de obligar a una niña que jugaba en la vereda, a que lo siguiera, tomándola del brazo, a lo cual la pequeña se resistía obstinadamente. Mientras observaba la escena desde la ventana del segundo piso tratando de ver qué pasaba, para poder intervenir, me di cuenta que mi ayuda no sería necesaria. Desde la carnicería ubicada en planta baja salió la mujer que atendía el comercio junto con su esposo; se paró cerca del hombre con los brazos cruzados y un gesto muy decidido en su rostro. Joe Cornacchia que atiende junto con su yerno la fiambrería y quesería de la misma cuadra, salió al mismo tiempo, plantándose con firmeza cerca de la escena. Varias cabezas se asomaron por las ventanas del inquilinato y una de ellas se retiró rápidamente para aparecer, momentos más tarde, en la entrada del edificio, colocándose a espaldas del hombre que forcejeaba con la niña. Dos hombres que estaban en el bar, al lado de la carnicería, salieron a la calle y apoyados en el umbral quedaron expectantes. En mi vereda vi al cerrajero, al verdulero y al dueño de la lavandería que habían salido a la puerta de sus respectivos locales. Además de la gente que se asomaba a las ventanas de nuestro edificio habían otros espectadores en las ventanas de otras casas. ¡Aquel hombre no lo sabía, pero estaba rodeado! Toda esa gente estaba dispuesta a intervenir en caso de ser necesario para proteger a la niña aun cuando nadie la conocía. El relato terminó cuando no hizo falta ninguna intervención porque el hombre que la zamarreaba era su propio padre y pretendía que dejara la calle para volver a estudiar".
Aplicación práctica
Comparemos estas conductas con la desolación, el abandono y la desesperanza de los comerciantes y propietarios de automóviles que vieron destrozar sus bienes por la banda de manifestantes piqueteros que participaron en las luctuosas jornadas del miércoles pasado en Avellaneda.
Día tras día, las agresiones, las roturas de vidrios, el destrozo de los edificios bancarios, la pintura de grafitis en las paredes, los robos, la destrucción de negocios, la deshonestidad, la falta de respeto hacia las personas, la insolidaridad entre todos nosotros, el exagerado individualismo que nos caracteriza, la actitud de hacer lo que se nos da la gana sin respetar las reglas y la mentira con que prometemos cosas que luego no cumplimos, todas estas faltas van destruyendo el capital social que es el único recurso que no podemos darnos el lujo de perder porque sin él la reconstrucción de la Argentina va a ser imposible, cuando se vayan los impresentables que hoy gobiernan y se haya terminado la pesadilla de esta clase política.