Año CXXXV
 Nº 49.525
Rosario,
domingo  30 de
junio de 2002
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Mundial Corea-Japón
Argentina, de nuevo con la ñata contra el vidrio
La selección nacional nos devolvió a la realidad de un país dependiente por donde se lo mire

Miguel Pisano / La Capital

Ahora que este devaluado Mundial de principios de siglo se aleja con la velocidad del tren bala, en el que Clemente no alcanzaba a recitar el versito del vendedor ambulante antes de que se le bajaran todos los japoneses entre Tokio y Osaka, hay que reconocer que para los argentinos resultó el más largo de los últimos tiempos.
Si parece que el aciago partido contra los ingleses datara del siglo pasado, en una mala película en la que Verón deambula por la cancha con menos sangre que un mondongo, en un equipo que les tiró 68 centros a las cabezas de Ferdinand y Campbell, y no halló jamás la fórmula para llegar por abajo, mientras Saviola y Riquelme lo miraban por tele. O que la olvidable noche del último choque contra Suecia fuera casi un calco del desastre de Sapporo, donde un equipo sin alma se entregó mansamente ante la disciplina táctica desprovista de magia de los escandinavos, en un mal film condicionado, en el que el Piojo López siempre terminaba afuera. Todavía rebobinan en la memoria colectiva el incomprensible ingreso de Crespo por Batistuta cuando el único resultado buscado era la victoria dado que resultaba preferible quemar las naves a riesgo de comerte una goleada por procurar el triunfo que empatar por no salirse del libreto, el irrespetuoso trotecito de Verón en un contraataque rival y la caminata final de la propia Brujita cuando iba a patear un tiro libre, que uno no osaría hacer ni siquiera en un picado.
Los defensores a ultranza del proceso que llevó a la selección a su peor performance de las últimas cuatro décadas sostienen todavía el carácter ofensivo del equipo y hasta al inasible factor suerte como excusas a la hora del análisis de la derrota.
Rafael Bielsa, el hermano del entrenador, tiene todo el derecho y hasta el deber de defenderlo como en el barrio, aunque debería cuidarse más de quienes lo idolatraron por conveniencia durante estos cuatro años en vez de negarle autorización a la crítica a los que destacaron las bondades del equipo en las épocas en las que jugaba aceptablemente sin caerle ahora al técnico porque esté en la lona.
Tal vez el equipo debería haber contado en sus filas con un puñado de jugadores que vivan y jueguen en el país, con un mayor hambre de gloria y conexión con la realidad de una nación dependiente, esquilmada y de rodillas ante los dueños del poder mundial. Parece impensable que jugadores como Verón o el propio Beckham no dejen todo en la cancha en un partido contra Inglaterra o Brasil, pero uno no puede borrarse de la cabeza esas postales del olvidable partido del Pampito de Manchester ni de las bondades de saltarín del Space Boy.
En definitiva, la mayor crítica a la selección pasa por el cómo más que por el simple qué. Argentina llegó al Mundial como principal candidata al título porque contaba con el mejor equipo o, mejor dicho, con la mayor cantidad y calidad de jugadores, que curiosamente no llegaron nunca a jugar en función de conjunto, en un mal que la emparenta peligrosamente con el resto del país.
Si hasta parece una ironía que antes del Mundial los opinators destacaran la potencia futbolística de un país desvastado que sólo era del Primer Mundo con la pelota, pero la cancha nos devolvió a la realidad que nos muestra tan dependientes con la redonda como en los otros campos.
En realidad, habrá que comenzar a reconstruir el país hasta en el fútbol y para ello será fundamental juntarse a hablar, discutir y elegir a los mejores, buscar un técnico capaz de comunicarse, armar pequeñas sociedades cooperativas, tirar caños y paredes y, sobre todo, jugar cada partido con las mismas ganas que pone cada argentino diariamente para ganarse ese mango que lo haga morfar, como pintaba Discépolo en "Yira Yira".


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