Rodolfo Montes / La Capital
Elisa Carrió se desploma sobre un sofá color crudo junto al ventanal que abre paso a un gélido balcón sobre la avenida Santa Fe, en pleno Barrio Norte de Buenos Aires. Suspira, se siente liberada. Se sabe, hablar con la prensa no es un trabajo que odie. Tuvo un día con la agenda ajustada, como todos. Ya es noche avanzada, sin embargo un equipo de trabajo espera el final de la entrevista exclusiva con La Capital para tener sus 15 minutos de gloria y recibir la bendición de Carrió y seguir adelante con sus proyectos. Está feliz en su casa donde vive con una de sus hijas, y es su lugar de trabajo preferido. "Acá trabajo mejor, en la cámara hay mucho chisme de pasillo que distrae", revela. En el living amplio, de unos 30 metros cuadrados, hay clima de sobriedad y calidez. La biblioteca a la vista de los visitantes dice poco de sus tendencias literarias. Allí van a parar todos los libros que llegan de regalo a la casa, enviados por amigos y por las editoriales. Aunque lo que Lilita elige leer realmente está en otra biblioteca, directamente en su cuarto. Pero allí todos tienen la entrada prohibida: ese es su lugar último, interior, y, como su propia esencia, está envuelto en una aura mística. -¿Cómo imagina el espacio político hacia el que se dirige el ARI? -Somos muchos los que caminamos en el mismo sentido: está el Frenapo, distintos partidos políticos, movimientos sociales y líneas de distintos partidos. Esto va converger en una alianza que nos convoque a todos y será un proceso natural. No debe ser forzado porque es una construcción de la sociedad que persiste en una idea de país. El proyecto nacional es vivir, no creo en las grandes revoluciones, sí creo en la revolución de la vida cotidiana. -Ese movimiento nacional y popular que imagina, ¿tendrá socios a la izquierda, como Luis Zamora? -Por supuesto, nos llevamos bien con Zamora, es un hombre absolutamente respetable. Aunque tenga caminos diferentes a los nuestros, hemos coincidido en las votaciones en la Cámara en varias posturas. -Usted señaló que en un mes en la Argentina puede sobrevenir un vendaval grave. -Estamos en zona de turbulencias. Hay un quiebre de la alianza parlamentaria entre Duhalde y Alfonsín, sube el dólar y aumenta la violencia social. Son elementos que pueden acelerar los tiempos de su caída. -¿Contra quién cree que tendrá que competir? -Menem expresa la mafia dominante de la última década, y será una batalla cultural, política y económica contra él o con alguien que encarne lo mismo con otro nombre. -¿Cuál es ese otro nombre? -No se sabe. Muchos decían que Reutemann era el candidato en esa visión de un escenario de centroderecha, pero yo vengo advirtiendo que no será así. Hay otros candidatos que pueden expresar la alianza mafiosa populista, empezando por el mismo Menem o tal vez por Rodríguez Saá. Tengo respeto por Reutemann, pero no está claro cómo terminará jugando. Lo que sí es mentira es que lo amo y le temo, como dijeron por ahí. Aunque, como mujer, debo reconocer que es un lindo hombre (risas). -¿Entonces no cree que Reutemann sea el candidato mejor visto por Estados Unidos y el establishment? -El viejo orden tiene un máximo garante: Menem. Como él no aparecía, pensaron en Reutemann como una alternativa para evitar que yo ganara una elección. Pero ahora Menem apareció. -¿Cuándo cree que habrá elecciones en la Argentina? -No se sabe, tal vez a fin de año se den elecciones precipitadas. Pero también está el peligro de una brecha institucional. -¿Un golpe de Estado? -Una brecha es vacío de poder que ocupa siempre el sector más reaccionario, los que nos robaron. Pero no vamos a dejar que nos roben el niño. -¿Usted se siente en condiciones de gobernar en esa nueva República contra el antiguo régimen? -Yo no goberné, pero sí tomé decisiones importantes: enfrenté a las mafias. Si me toca gobernar, hay muchos que irán a Devoto de por vida. -¿Cómo evalúa su relación con los medios de comunicación, particularmente la televisión? ¿Qué le dieron y qué le deben? -Soy una persona que, sin ninguna política de comunicación, mantengo la mejor imagen pública desde hace cinco años. Nadie se sostiene en un medio de comunicación si no genera hechos políticos. Además le confieso, estéticamente no tengo una imagen muy favorable para la pantalla... -En televisión la imagen da o no da, y nunca se sabe bien el motivo. Parece que a usted le fue bien. -En una de esas el país necesitaba una gorda. -¿Por qué cree que la apuesta del ARI tiene un destino distinto de la experiencia del Frepaso y Chacho Alvarez? -Yo he probado que no me fui: cumplí mis mandatos, me negué a ser senadora por la Capital y no abandoné mi provincia. Más pruebas no puedo dar. -¿Por qué la fuerte presencia de la religiosidad en su estética y en su discurso político? -Mire, yo soy lo que soy y lo lamento. No voy a dejar de usar la cruz porque a alguien le moleste, ni me voy a vestir de una manera distinta, ni voy a tomar consejos de los asesores de imagen. Soy esto, el centro de mi vida es Dios, pero además tengo una gran formación filosófica y en la ciencia política. -¿Cómo ve a un miembro de la Iglesia, como Luis Farinello, actuando en política? -No me confunda con todo eso, yo soy una pecadora absoluta que cree en Dios (risas). Soy profundamente cristiana y anticlerical: creo en el Cristo de las prostitutas, de los pobres, de los excluidos. -¿Por qué fracasó el diálogo que impulsó la Iglesia? -Porque no era el espacio correcto para discutir política. Allí no fueron políticos arrepentidos, fueron políticos reciclados.
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