| | Editorial Desafíos de la política
| En esta Argentina signada por una crisis cuyo término todavía no se vislumbra, el notorio fracaso de las dirigencias ha terminado por afectar el prestigio de la actividad que sustenta el diálogo civilizado entre los ciudadanos en el marco de la sociedad: la política. Se confunde, claro está, lo particular con lo general, se ingresa en la descalificación masiva y se tropieza con una piedra que provoca caídas peligrosas: el escepticismo. Ocurre que el descreimiento colectivo suele convertirse en terreno apto para el desarrollo de las ideas autoritarias. Y cada paso que se dio en ese camino, si los argentinos conservan la memoria, ha sido dramático para el país y debe ser evitado a toda costa, pues constituiría el mayor de los males posibles. Pero claro, la profunda pérdida de confianza que golpea a la República no se resolverá con palabras ni con meros gestos de buena voluntad. A tal punto ha llegado que no son pocos quienes sugieren, como la única posibilidad de resurrección nacional, el entregar la administración del país en manos de "gerentes" extranjeros. Lo que en épocas cercanas hubiera sido tomado como una insólita exhibición de humorismo o un comentario de índole delirante, hoy es sostenido con absoluta seriedad por más habitantes de este suelo de lo que sería deseable. A similar tenor responden los discursos de aquellos que continúan viendo la salvación en una delegación brutal del poder de decisión. Quienes ven la salida en autoritarismos mesiánicos padecen en grado extremo de una de las peores enfermedades sociales que esta Nación ha creado: una suerte de mentalidad "mágica", que confía en que un simple pase disolverá los problemas a la manera en que los ilusionistas extraen conejos de la galera. En verdad, lo que muchos se resisten aún a aceptar es que los cambios para mejor sólo se cristalizarán cuando la sociedad entera apueste por hacer más y mejor política. Acaso esa apuesta se vincule de modo ineludible con el recambio casi total de los cuadros de conducción; pero una tarea de tal magnitud no se ejecutará en un lapso breve. Hará falta tiempo y mucho trabajo. El desafío es reconstruir la Argentina sobre bases nuevas. Y nadie más lo hará -y nadie lo hará mejor- que quienes deben erigirse en auténticos e irreemplazables protagonistas del proceso: todos los ciudadanos de la República, en el invalorable marco de la democracia.
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