Patricio Pron
Muy pocos lugares resultan mejores para disfrutar del impredecible equipo turco que Alemania. Con una población global de 80 millones de habitantes, 7,3 millones son extranjeros y tres millones musulmanes, en su mayoría turcos. Puesto que no existen cálculos oficiales, sólo pueden ofrecerse hipótesis: se calcula que en Alemania viven más de dos millones y medio de turcos, un poco menos de la mitad en el barrio berlinés de Kreuzberg, que es, tras Ankara y Estambul, el tercer distrito de mayor densidad de población de esa nacionalidad. El motivo de esta extraordinaria presencia es el tratado que rubricaron los gobiernos de Ankara y Bonn en 1961, por el cual se propiciaba la llegada de trabajadores para paliar la falta de mano de obra en una Alemania que no acababa de recuperarse de los efectos devastadores de la guerra. En ciertos aspectos, los turcos contribuyeron con su trabajo a la reconstrucción alemana, siendo decisivos en lo que dio en llamarse el milagro alemán, incluso aunque su aporte sea ignorado por muchos. En la actualidad, su presencia es visible en todas las ciudades alemanas, donde el kebap, sandwich relleno de cordero asado y vegetales con salsa de yoghurt, constituye el fast food por excelencia. Numerosos artistas, deportistas y empresarios son turcos, mientras que en el parlamento su presencia se limita a tres diputados, dos de ellos ecologistas y uno socialdemócrata. Pese a ello, no son pocos los problemas de la minoría turca. A menudo se los critica por sus dificultades de integración y para aprender el idioma -incluso se habla de un alemán turquizado de gramática simplificada-, suelen ser objeto de ataques neonazis, aún hoy continúan realizando los trabajos de menor capacitación y, lo que es más importante, en un país que se define como "de no inmigración", no reciben de manera automática la ciudadanía alemana, lo que hace que su permanencia en el país en el que han nacido, y del que en muchos casos se sienten parte, dependa de la buena voluntad de los gobiernos de turno y les impide acceder, por ejemplo, a becas de intercambio con otros países europeos. En este marco no es difícil comprender por qué tantos turcos, especialmente los de segunda o tercera generación, realizan esfuerzos tan grandes para parecerse a los alemanes, adoptan su ropa y cortes de cabello en un intento de pasar desapercibidos. Si hay algo de ponderable en la victoria turca ante Senegal, esto es el haber hecho posible ver a los turcos alemanes. Cuando las pantallas de los televisores aún repetían el gol de la victoria, miles de turcos salieron a celebrar por las calles alemanas. Bocinazos, banderas rojas con la media luna y la estrella, hombres y mujeres que cantaban en turco coparon los parques de las principales ciudades para celebrar un pase a semifinales impensable hace un mes. Entre los nombres más coreados por los aficionados se encuentra el de Basturk, el pequeño número diez de su seleccionado. Basturk ha nacido en Alemania de padres turcos y, tras una temporada deslumbrante en Bayer Leverkusen, se lo disputaron las dos selecciones nacionales en las que podía jugar: la alemana y la turca. Contra los pronósticos, eligió la turca, expresando en su comparecencia ante los medios su agradecimiento a Alemania pero su convicción de sentirse orgulloso de su origen y de poder representar al país de sus padres en una Copa del Mundo, una decisión que lo convirtió en el ídolo de los jóvenes turcos del país germano. Con el pase a las semifinales comienzan cuatro días en el paraíso para él y para los millones que han salido a las calles a manifestar su orgullo de ser turcos. Una hipotética final Alemania-Turquía, con la que ya especula la prensa, tendrá sin dudas consecuencias: quien quiera que gane, seguramente celebrará en Alemania.
| Los inmigrantes exibieron con orgullo su origen. | | Ampliar Foto | | |
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