Año CXXXV
 Nº 49.517
Rosario,
sábado  22 de
junio de 2002
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Editorial
Contagio peligroso

El brusco empeoramiento de la situación económica en Brasil y Uruguay se ha erigido en la confirmación de que los diagnósticos del Fondo Monetario Internacional sobre la potencial propagación de la crisis argentina estaban errados. Es que, sencillamente, el FMI había negado que tal contagio fuera posible y quedó demostrado que no sólo era posible sino, en la medida en que no se brindara ayuda, inevitable. Ahora, si se evalúan la fragilidad política de Colombia, la ostensible inestabilidad de la democracia venezolana y la profundización de las dificultades de la administración Toledo en el Perú, debe concluirse en que prácticamente toda Sudamérica peligra. La pregunta es si no habrá llegado la hora de un cambio de rumbo por parte de los todopoderosos organismos financieros internacionales, directos representantes de los Estados que dominan el globo.
El reclamo de tal viraje no implica que se dejen de admitir las correspondientes responsabilidades. Desde esta columna se ha afirmado en reiteradas ocasiones que la actitud de ciertos sectores de la comunidad argentina de transferir las culpas de todos los problemas nacionales hacia el exterior suele adolecer de una parcialidad muy parecida a la candidez. Sin embargo, conviene recordar que ciertos rumbos económicos fueron unánimemente elogiados por los mismos que luego, tras el estallido que sobrevino, no realizaron autocrítica alguna y se erigieron en implacables jueces de lo que en este rincón del mundo sucedía. No hace falta disfrutar de un grado supremo de comprensión de la realidad para avizorar los graves desequilibrios que existen entre el opulento norte y el cada vez más pauperizado sur. Algo parece no estar funcionando.
El contagio de la crisis argentina en Brasil y Uruguay es peligroso. Acaso sea el momento oportuno para que aquellos que disponen de cuantiosos recursos comprendan que ha llegado la hora de aflojar los nudos, deponer inflexibles ortodoxias económicas y humanizar la perspectiva desde la cual se analizan los hechos. La estrictez de las recetas aplicadas ha dado pruebas de incurrir en un pecado que tales visiones tecnocráticas condenan, paradójicamente, como el peor: ineficiencia. La expansión de la pobreza y el desempleo, la pérdida de esperanzas y la fragmentación social no son males pequeños. Atenderlos como se debe no sólo se erige en un imperativo deber moral, sino en un gesto de lucidez política que a esta altura se ha vuelto imprescindible.


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