Susana Merlo
Sin precios demasiado claros, sin financiación, con falta relativa de algunos insumos básicos como el gasoil, entre otros factores, hoy uno de los principales desvelos de los productores agropecuarios es tratar de definir qué les "conviene" hacer y qué "pueden" hacer. Pero junto a la incertidumbre por la ecuación empresaria aparece otro tema mucho más inquietante, y es el de la creciente inseguridad rural, no ya sólo sobre los bienes productivos sino también sobre la propia vida. El hecho es que siempre hubo delitos rurales. Es más, en determinadas zonas, llegó a comprobarse cierto paralelismo entre el cuatrerismo y las elecciones de tal forma que, en períodos proselitistas los índices de este delito crecían para caer luego de pasados los comicios. No sería el caso actual, en el que el delito está adquiriendo otras singularidades. Por un lado, ya no se trata solamente de hacienda sino que también involucra maquinaria, equipos, insumos, camionetas, granos de silos y chorizos, y hasta las casas de campo. Otro aspecto, más grave aún que el anterior, es el nivel de violencia que van adquiriendo algunos de estos delitos que ya pusieron en alerta a varias poblaciones rurales, con el consiguiente éxodo hacia zonas más pobladas. Lo inquietante es que en la mayoría de los lugares donde se están produciendo más delitos, prácticamente todos se conocen y los accesos son muy limitados. De tal forma, es muy difícil cometer estos ilícitos sin que las fuerzas policiales locales y camineras se enteren. Con este trasfondo, encarar la producción de esta campaña, se hace más pesado aún. Y los problemas e indefiniciones no son pocos. Por caso, hace unos meses atrás, muchos productores pensaban disminuir la participación de la labranza mínima o de la siembra directa en función de incremento de costos que estaban registrando ciertos insumos. Ahora, sin embargo, a la luz de los aumentos del gasoil y de las restricciones para conseguirlo en algunas zonas, muchos comienzan a replantear nuevamente esto. ¿Cuántas labores, cuánta maquinaria, cuántas horas hombre y, en definitiva, cuánto combustible insumen las labores convencionales, además del factor tiempo e incremento de riesgo?. Es cierto que muchos insumos se dejarán de aplicar este año por costos y falta de financiación, pero no es menos cierto que los nuevos esquemas de labranza y producción requieren una calidad mínima de tecnología para llevarlos adelante. Y esta es, justamente, la disyuntiva a la que se enfrentan hoy los productores. Cualquier cambio que quieran imponer (como volver a los sistemas convencionales) también significa gastos ya que no toda la maquinaria ni equipos está disponible. Además, los cálculos de costos no están arrojando beneficios demasiado marcados respecto a los sistemas modernos. En todo caso, bajo cualquier sistema los costos de insumos aumentaron, no se tiene claro a qué precio se va a vender en el momento de la cosecha y, lo más importante, prácticamente no existe financiación ni bancaria ni comercial. Y sin plata, ¿cómo se produce? Lo grave es que las alternativas no aparecen, los conflictos (caso insumos), siguen sin resolverse y las autoridades tampoco aparecen hoy demasiado preocupadas por lo que pueda ocurrir con la campaña ya en marcha, como si las exportaciones del próximo año no fueran motivo de algún interés o esfuerzo para intentar que sean lo más voluminosas posibles.
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