Con el más clásico estilo del que anda al borde y corriendo sobre la raya, el único sobreviviente argentino en el Mundial deberá hoy redoblar su ingenio y capacidad para despertar la última desesperada esperanza de la patria futbolera. Ni el más pesimista fanático habrá pensado alguna vez que el desafío de ser argentino contenía la cíclope misión de hinchar por un juez de línea.
En los últimos días hubo quienes debieron reacomodar las convicciones para poder alentar a un árbitro, reto que nunca tuvo lugar en las gradas de la pasión. Por suerte, el dilema lo definió la Fifa desalojando a Angel Sánchez de la contienda. Los problemitas que surgieron con un ofuscado portugués lo obligaron a irse silbando bajito.
Aliviados del desmesurado y demencial compromiso patrio surgió la iniciativa de alentar por un ex mendocino que pretendía defender la camiseta de la selección estadounidense. Pablo Mastroeni era, hasta ayer, el único jugador argentino presente en los cuartos de final. El muchacho, que de muy pibe dejó la vid cuyana por la mantequilla de maní, fue galardonado con el título de compatriota y no faltó el que quería convencernos que con él brillaríamos contra Alemania y los que vengan. Pero, la heroica campaña del zaguero con las grenchas a lo rastafari terminó cuando su propio entrenador lo envió al corralito. Por si fuera poco, el seleccionado de nuestro querido EEUU también partió para Disneylandia tras ser despachado por los germanos.
Tampoco quedaba la posibilidad de inventar festejos repitiendo la experiencia del 98, cuando colado entre los campeones franceses el ex calamar David Trezeguet ostentaba un gorro con los colores argentinos.
Ahora, el desatinado deber cívico ordena alentar por Jorge Rattalino. Todo dice que si el calvo de banderín no recibe una bomba italiana por propinar un orsai a Tommasi, podríamos "llegar con él" a la final del torneo.
Estar beneficiado por las desgracias de los Bielsa, Sánchez y Mastroeni, no debe ser grato. Es que Rattalino deberá meterse el banderín solferino en un bolso para enarbolar la celeste y blanca por los sintéticos prados orientales.
Esa gesta lo obliga a preocuparse por beneficiar a los senegaleses. Y, si ganan los turcos y los coreanos su compromiso, estará en entrenar con ellos para funcionar como un marcador lateral con serias proyecciones que lleven zozobra a los poderosos. Toda pelota que le llegue la deberá parar de pechito, hacer jueguito y mandarla de rabona como un falso centro combado que aterrice en lo más profundo del arco de los rivales, aunque esos sean muchos en estos momentos.
Pero, si no le da el cuero para eso, sólo le resta esgrimir el poder de su banderín para propinar un brutal orsai cada vez que los avances no provengan de hermosas maniobras colectivas que merecen llegar a gol.
Si no le gusta el desafío que no se queje porque nadie lo obligó a ser buchón. No se puede creer importante, acaso para armar picados primero se pasa por la casa de un sargento para garantizar una autoridad. Sin ellos, siempre se pudo jugar aunque el montoncito de pullóveres nunca fueron arcos seguros para saber si la pelota fue al ángulo o tres metros más allá.
Arbitrarios
En estos momentos cruciales los árbitros deben ser arbitrarios como el Colorado De Felipe. Según el historiador Alejandro Dolina, De Felipe fue siempre un juez demasiado justo. Además de las jugadas evaluaba las condiciones morales de los atletas, sus merecimientos deportivos y espirituales. "Jamás iba a cobrarle un penal a un defensor decente y honrado, ni aunque el hombre tomara la pelota con la mano. En cambio, los jugadores pérfidos, holgazanes o alcahuetes eran penados a cada intervención. Creía que su silbato no estaba al servicio del reglamento, sino para hacer cumplir los propósitos nobles del universo", indica el morocho conocedor.
Jorge Rattalino tiene la oportunidad histórica de revertir el destino de insultos, pedradas y salivadas que le aguarda cada árbitro. Puede cambiar la intencionalidad de los saludos de las tribunas a las madres de todo referí. Hasta puede influenciar sobre el réferi principal -autoridad suprema en un estadio- para hacer que los policías detengan a Blatter y compinches.
Pero deberá manejarse con cuidado, no sea que -como recuerda Luciano Wernicke en "Curiosidades futboleras"- se repita lo ocurrido el 6 de agosto de 1995 en un partido de la primera división peruana entre los equipos de Torino y Melgar, en Sullana, Perú. En ese encuentro, el árbitro internacional peruano Fernando Chapell expulsó -a sólo 14 minutos del inicio del juego- al juez de línea Víctor Suyn por interpretar que se desempañaba incorrectamente.
Pero no podemos amenazar a Rattalino con hacerle un escrache cuando vuelva a su casa ya que ni siquiera es un juez de la Corte. Sucede que un árbitro, aunque sea bombero, nunca podrá apagar tanto fuego como el que enciende la pasión. Por eso, no hay que esperanzarse porque -como fuera de las canchas- más que juzgar hace falta animarse a jugar.