Jamás un misterio ha despertado tanta intriga, ni ha sido inspirador de libros, dibujos, pinturas y teorías, como el de la ciudad-continente sumergida de la Atlántida, tanto en la tradición de las civilizaciones europeas como en las americanas. Abordada por artistas de la talla de Francis Bacon o Julio Verne, y hasta por charlatanes con veleidades de médium como el granjero de Kentucky, Edgar Cayce, la historia de la Atlántida genera en los hombres una fascinación especial y nostalgiosa de una edad de oro perdida. En la Argentina, la editorial creada por el uruguayo Constancio C.Vigil, también se llama Atlántida en alusión a ese fantástico sueño. Una mención especial entre quienes se interesaron en el tema merece el abogado y político norteamericano Ignatius Donnelly, autor en 1882 del libro "La Atlántida, el mundo antediluviano", en el que aseguró que existía una tierra sumergida en el lecho marino, madre de todas las civilizaciones. Donnelly pone el acento en varios paralelismos entre el viejo y el nuevo mundo: la leyenda del diluvio, la similitud entre las divinidades y las pirámides en Egipto y México, a las que atribuía un denominador común. Audaz en sus apreciaciones, este hijo de emigrantes irlandeses sostenía que los atlantes eran los inventores de la escritura alfabética y les atribuía también la creación de obras de arte y monumentos a ambas orillas del océano. Por su parte, los integrantes de la sociedad teosófica, con Helena Blavatsky a la cabeza, hablaban de una tierra llamada Lemuria, de la cual la Atlántida era un desprendimiento. Tras la muerte de Blavatsky, Tomas Scott Elliot publica "La historia de la Atlántida" (1896) y "La Lemuria perdida" (1904), en las que sostiene que la principal sub raza de los atlantes eran los Toltecas del norte de México. Los teósofos dirigieron también su mirada hacia el budismo y establecieron vínculos ocultos entre esa creencia y los continentes desaparecidos. Sin interesarse demasiado en las tradiciones de los lamas, los teósofos se apoderaron de la idea de un lugar divino y ubicaron a varios lemuritas elegidos como refugiados en una isla sagrada que sería, ni más ni menos, la budista Shambala. Invenciones o no, hoy el vértice de la discusión se trasladó al cálido Caribe cubano mexicano, en donde una nueva ilusión cobra vida bajo la forma multiforme de los megalitos. (Télam)
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