Alejandro Cachari / La Capital
El hincha pragmático -de ahora en más llamado resultadista- menea la cabeza. El simpatizante lírico -de aquí en adelante nominado como el esteta- se acomoda la corbata de su traje, siempre viste de traje. Arregla la solapa de su saco y se toma tiempo para pensar. El pitazo final del jamaicano Peter Prendergast sorprendió al resultadista en una encrucijada. Quedó preso de sus conceptos. Doblemente sometido: por sus ideas y porque no quería que ganara Brasil. La victoria de Bélgica hubiera significado un paliativo para mitigar la amarga y dolorosa eliminación argentina en la primera ronda. Ahora está en un brete complicado e indeseable. O se inclina por Brasil, o hincha para Inglaterra. Pero lo tiene prácticamente decidido. Piensa en el gol insólitamente anulado al gran capitán belga Wilmots y se acomoda para divertirse un rato. Ni más ni menos que un poco de revancha que aún merodea por sus entrañas. El Mundial quedó muy largo con la eliminación del equipo de Bielsa. Hay que buscar un buen tentenpié para soportarlo hasta el final. Supone que va a poder regodearse con el análisis de los del otro palo. De los que sólo hablan de merecimientos por el rendimiento en la cancha. Está apresado por la tiranía de los resultados que él mismo supo crearse. Tiene ganas de gritar que la chapa final es absolutamente inmerecida, que Brasil especuló, que fue dominado por Bélgica en el complemento y beneficiado por el árbitro en el primero. Para colmo de males, se acuerda de que el jamaicano fue el mismo que hizo expulsar a Caniggia frente a los suecos. Pero no puede, ni debe contradecirse. Necesita guardar la postura más que nunca. Ya asumió que lo de Argentina fue un rotundo fracaso. Lo demás debería resultarle más sencillo. No obstante, espera el mensaje de los amantes del jogo bonito. En realidad ellos deberían estar tan presos como él de sus ideales. Pero no. Escucha una y cien veces que Brasil es Brasil. Que Ronaldo, que Rivaldo, que Roberto Carlos. Se rasca la pera esperando que alguno de sus hipócritas enemigos intelectuales reconozca que la gran figura de la cancha fue Marcos. Trata de desembarazarse de la pregunta que le viene a la mente, pero no puede. ¿Qué hubiera sido de Argentina si el arquero era Marcos? Ya se decidió. El viernes será un inglés más. Bah, simpatizará con el equipo de Beckham. ¿Y los estetas? Se borraron como siempre. Soslayaron el gol insólitamente anulado, no se dieron cuenta de que el remate de Rivaldo pegó en Simons y no reconocen que el triunfo del scratch tuvo mucho de fortuna. "Supo utilizar los espacios", contestan sin ponerse colorados. Por supuesto, el viernes estarán del lado de Felipao. Porque ahora también se enrolaron detrás del obsceno Scolari, que antes desconocía las raíces del fútbol brasileño y ahora representa la imagen más genuina de fútbol del Mundial. El resultadista se quedó sin Argentina, pero se muere de ganas de demostrar -podría hacerlo tranquilamente- que la albiceleste fue más protagonista que la verdeamarelha. Y pone sus fichas por Inglaterra. El esteta, el pensador de todos los tiempos, el lírico, el que jugaría los partidos de local en el teatro Colón si lo dejaran, apuesta por Brasil. Y mientras espera el partido del viernes filosofa sobre la lucha del bien contra el mal. El pragmático se vuelve loco por demostrar que con los ingleses no hay clásico, que las historias de piratas y criollos exceden el marco de una cancha de fútbol. Allí apoya la base de su argumentación. El lírico vuelve a mirarse al espejo, acomoda sus pilchas y se prepara para el gran discurso. Sabe mezclar las cosas. Conoce a la perfección cómo desbaratar las razones de sus oponentes a como dé lugar. ¿O acaso no soslayó un genocidio en pos de enarbolar sus ideales? ¿Ideales?
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