Jorge Salum / La Capital
Quienes conocían a Pedro Mauricio Correa jamás sospecharon que ese hombre aparentemente intachable tenía una personalidad oculta. Cuando supieron que lo acusaban de violar a las dos hijas de su compañera hasta el pastor de la iglesia a la que asistía fue a declarar espontáneamente en la policía que era una persona de lo más normal. Ignoraban que cuando se quedaba a solas con las chicas las sometía a toda clase de abusos y las aterraba para que lo mantuvieran en secreto. Correa, según se probó después, tenía una doble conducta: en público era un hombre cariñoso y sensible, mientras que en privado se comportaba con una perversión sin límites. Pudo mantener oculta esta cara oculta de su personalidad hasta que sus víctimas estallaron, vencieron el miedo y lo denunciaron. Después vino una larga investigación y un proceso judicial que ya llegó a un veredicto en primera instancia: Correa es culpable y debe pasar 12 años en la cárcel. El caso ocurrió en la localidad de Correa, a unos 50 kilómetros de Rosario. Allí vivía el acusado de apellido idéntico al nombre del pueblo, quien se había unido en pareja a una mujer rosarina con varios hijos. Juntos formaron una nueva familia y él adoptó a los chicos como propios. Juntos, también, asistían a una iglesia evangélica y hasta cantaban en el coro. Y allí todos lo consideraban una excelentísima persona. Pero en abril de 1997 la conducta secreta de Correa salió a la luz. Fue cuando dos de las hijas de su pareja, en ese momento de 14 y 12 años, dijeron que abusaba de ellas desde hacía varios años. Al principio muchos no creyeron en la denuncia pero con el tiempo la investigación reveló detalles escalofriantes de un sometimiento que había comenzado varios años antes y que permaneció en secreto debido al terror que Correa infundía a las nenas. Claro que las pesquisas no fueron fáciles. Por un lado estaban los testimonios de quienes conocían al acusado y de la propia madre de las chicas: todos describían a Correa como un gran hombre, que trataba a los hijos de su compañera con un encanto enternecedor. Pero los psicólogos que trataron a las víctimas descubrieron la cara oculta del personaje al detectar los traumas y la angustia que padecían las víctimas y una "rígida y patológica sumisión de todas las mujeres de la familia, incluida la madre de las nenas, al jefe de la familia". Las víctimas no sólo no podían contarle a un adulto lo que padecían sino que ni siquiera podían hablarlo entre ellas por el miedo que sentían ante las inquietantes amenazas de Correa. También el acusado fue sometido a pericias psicológicas. Y fue la psicóloga rosarina Stella Maris González quien detectó su conducta disociada: en público mostraba un comportamiento ejemplar y en privado tenía otro muy distinto. Correa no tenía límites para sus abusos: buscaba el modo de quedar a solas con las nenas y las sometía a toda clase de vejámenes, que dejaron huellas no sólo psicológicas sino también físicas. Para el juez Ernesto Genesio, que es quien lo condenó, su conducta lo convierte en un sujeto peligroso. Y también sus antecedentes: durante el juicio se supo que años atrás ya lo habían descubierto abusando de una de las nenas. Aquel hecho generó una investigación judicial de la que Correa zafó porque dijo que estaba borracho y que no se dio cuenta de quien se trataba. Extrañamente, la mamá de la víctima fue testigo de este episodio y aceptó la explicación. Lo mismo hizo el juez de la causa, que cerró el expediente.
| |