| | Watergate y los superpoderes de Bush El escándalo de espionaje político que provocó la renuncia de Nixon sigue vigente treinta años después
| Herbert Winkler
Washington. - Hace treinta años, el caso Watergate sacudió los cimientos de EEUU. A pesar de que el país ha sido testigo de otros escándalos desde entonces, aquel caso de abuso de autoridad y espionaje de adversarios políticos continúa teniendo gran vigencia para los defensores de los derechos civiles, como una advertencia de lo que puede suceder cuando el Estado adquiere demasiado poder. En su campaña global contra el terrorismo, el presidente estadounidense, George W. Bush, decidió devolverle a los organismos de seguridad muchas libertades que habían perdido luego de Watergate. El 9 de agosto de 1974, Watergate provocó la renuncia de Richard Nixon, contituyéndose en el primer, y hasta ahora único, escándalo político en la historia de EEUU que forzó la salida anticipada de un presidente. El ocupante número 37 de la Casa Blanca dejó una herencia que afectó a casi todos sus sucesores, entre ellos al número 42, Bill Clinton, que fue puesto contra las cuerdas por el procurador general Kenneth Starr, a raíz de un escándalo sexual entre el mandatario y la becaria Monica Lewinsky. La institución misma del procurador general especial fue creada después de Watergate. Watergate comenzó el 17 de junio de 1972 sin despertar demasiada atención. Los "muchachos" del Partido Republicano irrumpieron en las oficinas del Partido Demócrata en Washington con el propósito de robar información sobre la campaña electoral de los demócratas. Es más, de no ser por los reporteros Bob Woodward y Carl Bernstein del periódico The Washington Post, el caso habría pasado casi desapercibido. Sin embargo, las sucesivas revelaciones sobre los sucios trucos de la política desembocaron en un proceso que primero terminó con la inmunidad del presidente para finalmente forzar su renuncia. La mayoría de los estadounidenses ya había perdonado a Nixon cuando éste murió el 22 de abril de 1994, a los 81 años, en Nueva York. El ex mandatario había trabajado mucho y a conciencia para rehabilitarse frente a la opinión pública. Finalmente, la imagen del político que puso fin a la guerra de Vietnam junto con el entonces secretario de Estado Henry Kissinger, que logró moderar las tensiones entre Washington y Moscú y que normalizó las relaciones con la China comunista en 1972, primó sobre su otra cara: la de un manipulador inescrupuloso. Watergate sigue siendo "la reina" entre los escándalos políticos estadounidenses. En 1999, el Monicagate sobre las relaciones entre Clinton y Lewinsky no constituyó un verdadero escándalo político, a pesar de que llevó al presidente al borde de la destitución. Pese a que Clinton cometió sus fechorías en su despacho, éstas pertenecieron más al ámbito privado que al público. En tanto, el caso Irán-Contras, en 1986 y 1987, giró en torno a la venta secreta de armas a Irán y la utilización de parte de los ingresos generados por esas operaciones para financiar a los contras, una guerrilla que luchaba contra el gobierno sandinista de Nicaragua. El entonces presidente Ronald Reagan alegó que no estaba enterado de nada y logró escapar ileso del asunto. Watergate es utilizado como un ejemplo clásico cada vez que se percibe que los derechos fundamentales se encuentran amenazados por peligros reales o hipotéticos. También ahora. Para espanto de muchos integrantes del Congreso estadounidense y activistas por los derechos civiles, Bush y su secretario de Justicia, John Ashcroft, se han adueñado de facultades que hasta ahora debían compartir con los poderes Legislativo y Judicial. El mandatario y Ashcroft consideran que esto es inevitable en tiempos de guerra, debido a que los terroristas aprovecharon las debilidades del sistema en en favor de sus oscuros intereses. A los defensores de los derechos civiles, el hecho de que los agentes del FBI puedan investigar y observar a los ciudadanos sin tener sospechas concretas, les recuerda los tiempos de Watergate y las operaciones de espionaje encubiertas contra grupos y personas poco estimadas por el gobierno. Sin embargo, la mayoría de la población estadounidense, aún impresionada por los ataques terroristas del 11 de septiembre, no comparte estos temores. (DPA)
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