Nadie sabe si ocurrirá en marzo o a fines de 2003, pero más tarde o más temprano, la actual dirigencia política está condenada a ser barrida por la furia popular y las exigencias del FMI. Quienes son justamente sindicados como responsables de la sistemática destrucción de esta entrañable Nación van camino a ser desalojados del poder.
Estos impresentables personajes acumulan los problemas sin que tan siquiera lleguen a entenderlos. El acuerdo con el FMI, imprescindible para volver a formar parte del mundo, parece demorado hasta las calendas griegas, es decir hasta un tiempo que nunca llega. La renegociación de la deuda con los tenedores de bonos está en un cono de dudas y sombras. La apertura del corralito es un intríngulis similar al famoso nudo gordiano porque no se animan a confesar que ningún ahorrista recuperará el capital, devorado por esta clase política que destruyó el patrimonio de los argentinos devaluando y pesificando. Nadie puede sentirse amparado por las leyes argentinas porque no hay confianza en legisladores que borran con el codo lo que escriben con la mano y extienden la mano sólo para recibir el sobre. Como no respetan el derecho de propiedad privada pretenden arrasar el secreto bancario y así será imposible recuperar el crédito y activar la circulación de bienes con lo cual la economía morirá de anemia. La desocupación creciente y el empobrecimiento de quienes hoy tienen trabajo, son fantasmas que rondan por la cabeza de todo argentino joven o adulto y lo alientan a recuperar la nacionalidad de sus abuelos para conseguir el pasaporte. El empapelamiento irresponsable provocado con 20 monedas distintas es el preludio de una hiperinflación latente que estallará en cualquier momento y se convertirá en otra estafa macroeconómica. Todos estos problemas irresueltos se nos vienen encima y por eso estamos embarullados, confundidos y desorientados.
No basta con no robar
La reacción instintiva contra estas lacras se orienta a buscar un hombre honesto o una mujer providencial que no hayan robado ni un centavo. Pero si reflexionamos un poco nos daremos cuenta de que no basta con la honestidad. La situación es tan grave y compleja que, por encima de todo, requiere inteligencia y grandeza de espíritu.
Está fuera de toda duda que la sociedad entera no se siente representada por la actual clase política. Hoy por hoy ninguno de ellos, sean diputados, senadores, concejales, intendentes o miembros del Poder Ejecutivo, pueden aparecer en público porque serían inmediatamente abucheados y quizás agredidos. La misma repulsión se extiende hacia la clase sindical, camandulera y obsoleta, que tampoco goza de la estima pública porque han demostrado que sólo saben "ganar mucha plata sin trabajar", tal como fue confesado por uno de sus más histriónicos representantes.
Por extraña paradoja, la misma sociedad que está imbuida por un espíritu renovador y revolucionario popularizando la expresión de "que se vayan todos", presenta una candidez inexplicable al confiar en que los propios responsables de habernos sometido a tamaña indignidad, sean quienes se encarguen de sancionar las leyes para decidir las modalidades de su expulsión.
El arte de embaucar
Verdaderamente, los políticos que supimos elegir con listas sábana, ley de lemas y monopolio de los partidos, han sabido desarrollar hasta el nivel de la excelencia el arte de embaucar y nos han convencido de que ellos y no el pueblo son soberanos y que cuestionar sus bastardos intereses es atentar contra la democracia. Por eso, si existiese una renovación total, volverían a colarse por todos los rincones y seguirían gobernando para escarnio y mofa popular.
Ahora surgen nuevos liderazgos: Lilita Carrió, Luis Zamora, Carlos Reutemann, Ricardo López Murphy y Patricia Bullrich. Pero muchos de ellos están adquiriendo un sesgo peligroso para la democracia porque llevan el germen del descalabro. Como el vino viejo en odres nuevos, repiten las proclamas del fracaso, reemplazándolas por lemas tan irracionales como los antiguos: "las cosas son complicadas, no están dadas las condiciones para cambiar", "no me pidan un plan sino conducta", "no tengo proyectos, se hacen proyectos al andar" y peor aún: "Cuando lleguemos al poder convocaremos a asambleas populares y será el pueblo mismo el que haga el plan económico".
Esto y preanunciar una nueva y quizás definitiva frustración de la patria, son una misma cosa.
Los nuevos políticos plantean el nuevo peligro que acecha a los ciudadanos. Se trata de brindar el voto a quienes demostraron conducta honesta pero carecen de inteligencia. La situación está tan envilecida que necesitamos extrema honradez pero es tan grave que sólo podemos salir con inteligencia. La una no sirve sin la otra.
Los sofistas y Sócrates
Cuando uno escucha los debates televisivos entre distintos personajes, incluidas las nuevas figuras mediáticas, vemos repetirse el fenómeno que ocurría en la antigua Grecia a mediados del siglo V antes de nuestra era, protagonizado por personajes llamados "sofistas".
Los sofistas, como nuestros políticos, eran individuos muy hábiles para vivir sin trabajar y generalmente se presentaban como dirigentes o intelectuales. El pueblo común les temía porque "eran demasiados listos" y como necesitaban ganarse la vida, pronto comprendieron que la gente los apoyaría si prometían ventajas que luego no cumplían. Por eso se concentraron en practicar la retórica y el arte de la persuasión y los llevaron a niveles supremos. Se dieron cuenta de que el poder político provenía de la labia y que la democracia ateniense les permitía embaucar a la gente con el discurso falaz. Eran grandes habladores. Estos personajes, como nuestros políticos de hoy en día, conocían el secreto del sofisma que consiste en hacer que un argumento falso o débil pueda vencer a un argumento verdadero o fuerte. Lo importante no era pensar bien sino el juego de palabras y la habilidad de persuadir. Los sofistas se dedicaron a enseñar la retórica y la habilidad de pasarla bien sin trabajar, llamándolas "virtud". Para ellos esa virtud era lo que hoy nuestros políticos denominan "el éxito", es decir, el arte de triunfar sin esfuerzos ni méritos.
Como los sofistas eran charlatanes, escépticos y relativistas no les interesaba para nada la verdad ni el esfuerzo por obtenerla y por eso destruían la racionalidad en la mente popular. Fundaban el discurso sobre la base de críticas hacia los adversarios y una serie de artilugios orales para tener la batuta y dirigir la sociedad embaucando a la gente. Tenían explicaciones falsas para los problemas que ellos mismos generaban y se especializaban en dominar los conocimientos de las áreas que dan poder: historia, derecho, casuística, política y retórica. Por eso produjeron la destrucción de las instituciones y la decadencia social de la antigua Grecia. Eran lo que hoy denominaríamos "chantas ilustrados".
Fue Sócrates quien salvó al pensamiento griego del trance mortal en que lo habían puesto los sofistas. El viejo maestro se comparaba con "un tábano encargado de picar y despertar a los atenienses, obligándolos a un constante examen de conciencia para rechazar las mentiras y sólo aceptar la verdad". Pero, los sofistas coaligados consiguieron condenarlo a beberse la cicuta y suicidarse, con el pretexto de que escandalizaba a la juventud al exigirles buscar la verdad y sólo la verdad. Este martirio proporcionó al viejo maestro, ya cercano a su muerte, la ocasión del más bello gesto que al morir pudiera ofrecernos la sabiduría humana: el diálogo de Fedón sobre la inmortalidad del alma. Sócrates obligaba a la gente a pensar y dirigió todo su esfuerzo a mejorar la conducta moral en esta vida. Por eso infundió confianza en la inteligencia pero no en la soberbia, sino en la humilde; aquella inteligencia que comprende sus limitaciones y "sólo sabe que no sabe nada". Sócrates fue un maestro que dio testimonio con su vida. Su esfuerzo por "conocerse a sí mismo" consiguió recuperar la racionalidad que estaba a punto de sucumbir por los sofistas.
Dentro de la lista de nuevos líderes políticos que ahora asoman por las pantallas de televisión y demandan nuestros votos, ¿quiénes son los sofistas? y ¿quién será Sócrates? No sirve para nada la honestidad si no va acompañada con la inteligencia.