| | Editorial Más cines que se van
| Hay noticias que entristecen a fondo a quienes no sólo viven en Rosario, sino que la aman. El anunciado cierre de las salas del complejo Monumental y El Cairo integra esa clase de informaciones, que producen una sensación amarga en quienes las registran: sucede que los cines, por su misma naturaleza, constituyen sin dudas mucho más que un comercio. Su adiós no sólo conlleva la lógica y lamentable secuela de despidos y recesión, sino también la clausura de un espacio cargado de sentidos profundos y resonancias espirituales. ¿O acaso algún rosarino puede ignorar cuánta congoja produjeron en su momento los cierres de ámbitos históricos para la ciudad, como el Palace, el Gran Rex, el Imperial, el Radar o el Broadway? Se trata, en verdad, de espacios simbólicos: esos nombres, solamente, alcanzan para conmover a numerosos conciudadanos que traspasaron la barrera de los cuarenta años. Pero no se intenta, desde este espacio, apelar a resortes puramente lacrimógenos, sino reflexionar acerca del fenómeno desde un marco conceptual que lo engloba, que no es otro que la progresiva degradación que sufre el centro de la ciudad. Dos décadas atrás, apenas, el centro local convocaba a los habitantes de la urbe a recorrerlo y quedarse en él, para disfrutar de sus posibilidades culturales, en materia de espectáculos y en el terreno de la gastronomía. Los cines, desde sus marquesinas, tentaban con variadas propuestas. Hoy, todo eso es nostalgia. Y si bien debe admitirse que parte de ese retroceso de los cines debe adjudicarse al auge de la televisión por cable y la videocasetera, en los últimos años se produjo un saludable retorno de espectadores a las salas. La apertura del complejo Village y el Patio del Siglo da testimonio de ese renacimiento, tal cual lo hacía hasta ahora, también, el remozado Monumental. Pero el centro, privilegiado espacio del ejido urbano, asiste desde hace tiempo a un proceso de lumpenización y creciente inseguridad, impulsado por el avance de la crisis pero relacionado, también, con una tendencia propia de todas las grandes capitales. No resulta casual que sean las salas céntricas, justamente, las que primero sufren las consecuencias de la recesión imperante. Resulta en verdad funesto que desaparezcan salas dotadas de todas las comodidades para disfrutar del séptimo arte. La búsqueda de alternativas que permitan su continuidad debe ser vista como un deber de aquellos rosarinos que no sólo aman el cine, sino que creen en la permanencia de los espacios como un valor de insoslayable mención en el marco de la defensa de la identidad urbana.
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