| | Editorial Bicicletas, dilema urbano
| Cualquier rosarino que posea un mínimo nivel de observación de lo que acontece en su ciudad descubrirá a simple vista cuáles son las repercusiones concretas de la crisis sobre el tránsito rosarino. Al habitual caos -notorio, sobre todo, en el centro- de colectivos, automóviles particulares, vehículos de alquiler y veloces motos se le suma la creciente presencia de bicicletas. Elementales razones de economía sustentan el auge de estos rodados: mucha gente, impelida por la difícil situación económica, ahorra hasta los centavos que cuesta un pasaje de ómnibus y a todas partes va en "bici". Pero las calles no están preparadas para la súbita invasión y los problemas suscitados se reflejan en preocupantes estadísticas, de las cuales da cuenta una nota que fue tapa de la edición de ayer de La Capital: tres ciclistas por día son protagonistas de accidentes de tránsito en Rosario. Algo no está bien, sin dudas, y corresponde corregirlo. No hace falta un grado extremo de lucidez para llegar a la conclusión de que los rosarinos distan de ser modelos a la hora de conducir un vehículo. Los ciclistas -también ellos hijos de esta sociedad que no respeta reglas- no escapan, ciertamente, a la pauta. Y así, se los suele ver transitando de noche por la izquierda en arterias donde se desarrollan altas velocidades, sin siquiera un pequeño farol en la parte trasera que dé una señal de su presencia a los automovilistas. Que tampoco, por cierto, permiten la emisión de elogios cuando se analiza su comportamiento. Ellos son, en numerosos casos, absolutamente irrespetuosos con las bicicletas: las encierran de modo amenazante, por ejemplo, casi como rutina. Pero los ciclistas deben recordar que la pequeñez y fragilidad del vehículo que manejan no los hace acreedores de impunidad: por las condiciones antedichas, justamente, ellos tienen que reforzar al máximo las precauciones y erigirse en modelos de conducta urbana. Un último párrafo para las declaraciones de la titular de Obras Públicas realizadas a este diario sobre la cuestión de las bicisendas. La necesidad de estas obras es perentoria y por tal motivo no se comprenden bien los fundamentos que ha esgrimido la funcionaria para argumentar la imposibilidad de concretarlas. ¿No hay dinero, tal como ella lo asegura, o se lo destina a otros fines? Habrá que evaluar, acaso, las prioridades: pero tres accidentes diarios -a veces, con saldo fatal- no permiten que la liviandad integre el prisma desde el cual este asunto es contemplado desde la órbita oficial. Urge dar respuestas.
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