| | Reflexiones 90 minutos en la vida de un estudiante
| Laura Hojman
Desde acusar de "buscar la revancha por las Malvinas", "perder un día de estudio y de trabajo" hasta dictar supuestas "clases especiales" sobre los países, las lenguas y culturas, la discusión sobre la autorización a ver el partido de la selección argentina en las escuelas, que se repite sistemáticamente desde hace una década, sigue en alza. Este año, con la grave crisis heredada y acentuada, las argumentaciones a favor y en contra partieron desde todos los sectores sociales y tuvieron toda clase de matices. Los más extremos, que se opusieron a los televisores el viernes a la mañana, explicaron que en este marco social y económico no se puede perder un día más de trabajo en el país. Y, a pesar de que se iban a utilizar esos 90 minutos "deportivos" y luego a las 10.30 volver a la rutina, entendieron que esa era una "falacia" más, ya que los chicos no iban a volver a concentrarse. El debate de poner o no un televisor en el aula para seguir las instancias del Mundial, equivalía para algunos a una situación apocalíptica en la que visualizaban que los chicos perderían su educación, sus derechos y el acceso a los conocimientos. Podría uno preguntarse si algunas de esas voces enojadas se alzan también cuando los chicos están sin apoyo y sin control en sus casas, cuando nadie ni siquiera un profesor revisa sus cuadernos o carpetas, cuando nadie se ocupa de ellos ni de sus mínimos derechos. Podríamos también inquirir si ese malestar por los chicos frente a un televisor en el aula se manifiesta también cuando se los ve deambular por la calle fuera del sistema escolar, a veces trabajando, mendigando y expuestos a toda clase de peligros. Para ser justos tendríamos además que requerir explicaciones a las autoridades de algunos colegios privados que dijeron que contaban con "deporte" como asignatura curricular, y que por ello iban a colocar pantallas gigantes en salones de actos o televisores en las aulas para que los chicos realizaran una actividad, pero que en los hechos pareciera que sintieron una supuesta "vergüenza pedagógica" al impedir al periodismo registrar con fotos ese momento. Otro tanto cabría para las escuelas que, con escasa honestidad, justificaron al aparato en el aula con pocos creíbles argumentos que iban desde "la utilización de contenidos transversales como matemáticas, lengua, física", vinculados a la velocidad del tiro de la pelota, el idioma que hablaba el rival, la situación geográfica de los países que compiten. Más destacable es la actitud de muchas escuelas estatales, algunas en zonas humildes, que hicieron lo imposible porque los chicos no faltasen, no deambularan por la calle ni quedaran solos en sus casas, y les facilitaron por 90 minutos la contención de compartir la esperada competencia. "No hay mejor lugar para ellos que la escuela", dijo una maestra de La Matanza. Igual de importante es la coherente actitud de los tres colegios de la Universidad de Buenos Aires (UBA) que advirtieron que no iban a permitir ver el Mundial, que iban a tomar asistencia y que para el colegio ese era un día más. En ese caso, dijeron que el estudiante estaba alertado de la posición de las autoridades y que quedaba en libertad de utilizar o no su falta. Sin embargo, y habrá que indagar las causas, se dio un fenómeno que no estuvo en contradicción a la libertad. En muchas escuelas en las que se permitió ver el partido, hubo igualmente algunos "faltazos" por las dudas.
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