Giovanni Papini, eximio polemista y escritor florentino, escribió en 1953 una sutil definición del dinero, muy superior a las confusas explicaciones de algunos economistas galardonados con el premio Nobel. Decía Papini que "el dinero puede ser entendido de manera contradictoria: una noble y otra envilecida. Por un lado, es un bien económico apetecido, puesto que permite constituir el capital de cada individuo y, como es susceptible de ser cambiado por bienes de producción o de consumo, termina formando el capital social. Pero por otro lado, también puede ser un mal económico -repudiable- si fuese logrado por robo, engaño o corrupción pública y entonces no es otra cosa más que excremento del Demonio".
Siguiendo con el estilo satírico de Giovanni Papini, cuando censura y ridiculiza los vicios sociales de su tiempo, podríamos seguir diciendo que, en nuestro país, el Demonio parece haber sido afectado por una diarrea. Y esto es lo que la gente advierte, porque aun cuando no hayan leído ninguna de las obras del célebre florentino, de inmediato perciben el mal olor de las evacuaciones monetarias y rechazan un dinero que el gobierno imprime a raudales con el formato de pesos, bonos y Lecop porque reconocen en estos papeles -que nada prometen, ni obligan a ningún desembolso- los desagradables excrementos del Demonio.
En los últimos días, el proceso de degradación monetaria parece haber entrado en la recta final. Desde la insensata pesificación y devaluación, instigadas por De Mendiguren e instrumentadas por Remes Lenicov, el peso argentino ha perdido el 75% de su valor y va por menos. Ello es consecuencia de una frenética emisión de dinero que llevó la circulación monetaria desde 9.826 millones, el 20 de diciembre pasado cuando Cavallo dispuso el "corralito", a los actuales 15.030 millones registrados en junio.
Cualquiera que sepa sumar y restar puede deducir que en seis meses se produjo una emisión de 5.204 millones, duplicando el compromiso asumido por Duhalde frente al FMI. Todo esto sin contar la emisión descontrolada de bonos provinciales que, en algunos casos sospechosos como Tucumán, parecen tener numeración duplicada.
Cualquier ciudadano, lego en economía, puede comprobar que las reservas en divisas llegaban a 26.031 millones de dólares cuando el senador Duhalde juró como presidente y que, ese respaldo, descendió al límite crítico de 10.000 millones y una parte indisponible. Desde que el gobierno de la alianza bonaerense puso en marcha las incoherentes medidas de devaluación y pesificación, el Estado perdió reservas por 16.031 millones. Por eso el Banco Central dejó de vender dólares al público y su titular, Mario Blejer, exigió al presidente Duhalde una orden escrita para autorizarle a vender más dólares en el mercado mayorista, junto con una ley de inmunidad para todo el directorio. Con cierta dosis de ironía, Duhalde le contestó que "el Banco Central contaba con la suficiente autonomía legal como para actuar sin esa autorización".
Claro que pasaba por alto la indignante expulsión de Pedro Pou, por haber defendido la autonomía del Banco Central, aclamada por justicialistas, radicales y el ARI de Lilita Carrió.
En un contexto de tanta improvisación, todos los protagonistas se lavan las manos y el ministro Lavagna, preocupado por el desplome de su gestión, comenzó a reclamar un sustancial aumento de emisión monetaria para tapar los agujeros presupuestarios que provoca la inacción e incoherencia de su gobierno, algo así como exigiendo la aplicación de un plan de riego en medio del diluvio.
El enemigo acecha
Al mismo tiempo el FMI, por boca de su director ejecutivo, Horst Köhler, termina de reprendernos en forma más enérgica pero menos grosera que el presidente uruguayo. No repitió la desafortunada acusación de que somos una "banda de ladrones", sino que manifestó estar "harto e irritado" por las eternas vacilaciones y demoras del gobierno argentino que nunca cumple con lo que promete.
Para añadir más suspenso a este clima pre-hiperinflacionario, el gobernador Carlos Reutemann declaró que, a pesar de habérselo fotografiado firmando un papel junto al presidente Duhalde, en realidad él no estaba asumiendo ningún compromiso sino que tan sólo estampaba su firma en una inocente carta de intenciones, es decir nada. En ese momento se rompió una ilusoria burbuja y supimos que la única provincia que había firmado el compromiso fiscal era la bonaerense, previo cobro de un "fee" en efectivo por 1.500 millones. Otra vez volvemos a reiterar el escándalo denunciado por Juan Bautista Alberdi hace 150 años: la provincia de Buenos Aires con su deuda pública y su banco facultado para emitir bonos, constituyen un "poder omnímodo" y son el barreno roedor de la Constitución nacional.
Por todo ello, comenzaremos a negociar con el FMI en las peores de las condiciones, sin haber cumplido con la fundamental exigencia del organismo internacional. Resulta evidente que la clase política argentina puede llegar a exasperar hasta al más paciente de los santos.
Hoy no podemos refugiarnos en la ingenuidad de creer en las buenas ondas espontáneas, sino que debemos estar alertas y vigilantes porque el enemigo hiperinflacionario está otra vez a las puertas de nuestra casa y no es casual que ello ocurra bajo la influencia política de los mismos personajes que antaño le franquearon la entrada.
Sólo la verdad
Nuestro ánimo está conturbado porque el cuadro de situación se asemeja a una comedia de enredos. La gente hace largas colas para seguir comprando dólares al precio que sea. Han comprobado en carne propia que el resultado del nuevo "modelo asistencial" no es otro que afectar los ingresos de los mismos argentinos que antes se oponían a las políticas de reducción del gasto público pero que ahora, con la devaluación, soportan el más brutal, insensible y despiadado ajuste del que tengan memoria. El gobierno y la clase política, en su inmensa mayoría, siguen sin comprender que sólo la verdad nos hará libres y es que no se puede destrozar la moneda sin pagar las consecuencias.
La moneda virtuosa, que citaba Giovanni Papini, es la que permite a la gente común acumular sus ahorros pesito a peso, para constituir un capital individual y luego destinarlo a comprar bienes de producción o de consumo para convertirlo en capital social. Esa moneda virtuosa es la que reúne tres cualidades: a) medio de cambio, para poder comprar y vender libremente sin necesidad de controles ni regulaciones gubernamentales; b) unidad de medida, para estar en condiciones de hacer un correcto cálculo económico, eligiendo entre distintas alternativas de ahorro, inversión y consumo; c) custodia de valor, para poder conservar en el tiempo el fruto de nuestro trabajo y trasladarlo a otro sitio sin dificultades ni complicaciones.
Las Lecop que pululan por los bolsillos, los bonos provinciales truchos y el peso argentino declarado inconvertible por Duhalde y Alfonsín, no pueden utilizarse como moneda. No son reconocidos como medio de cambio porque nadie los quiere y todos tratan de sacárselos de encima. Tampoco sirven como unidad de medida porque, adulterados por la emisión descontrolada, provocan una constante alza de precios. Y mucho menos sirven como custodia de valor porque su respaldo es la palabra hueca y vana de una clase política que tiene un doble discurso. Como estamos entrando en la recta final de este increíble proceso de irracionalidad económica, no hay otra salida más que anclar el valor del dólar para impedir que se dispare a cifras siderales y estabilice los precios internos.
En los próximos días, el gobierno de Duhalde será puesto a prueba. Al malhumor de la gente por la derrota con Inglaterra se unirá el peligro de irrupción de la hiperinflación que puede producirse por la irreflexiva decisión de algunos protagonistas: la ministro Camaño, si dispone un aumento masivo de salarios para el sector privado y la anulación de la rebaja del 13% en los sueldos de los empleados públicos; o el ministro Lavagna, si abre el corralito sin lograr la confianza de los ahorristas, provocando que el goteo actual sea reemplazado por un chorro a canilla abierta.
Por extraña ironía del destino, después de haber destruido las reglas monetarias de la convertibilidad, Duhalde sólo puede salvarse si las reconstruye. Entonces, ¿para qué devaluó y por qué pesificó?