| | Editorial El acuerdo con el FMI
| La sanción en agónica votación por parte del Senado nacional de la derogación de la polémica ley de subversión económica cierra un capítulo por demás de conflictivo para el país y abre, en un período breve, la posibilidad de que finalmente se concrete el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que permita restablecer las líneas de crédito cortadas. En el marco de la más grave crisis que ha azotado a la patria a lo largo de su historia, y más allá de los legítimos cuestionamientos que puedan merecer los todopoderosos organismos financieros internacionales, difícilmente sea recomendable una receta de aislamiento económico para que la crítica situación mejore. Los gobiernos de las principales naciones del planeta han puesto como condición "sine qua non" a la Argentina el llegar a un acuerdo con el FMI antes de prestar su ayuda. En el reciente viaje que hizo por el Viejo Continente el presidente Eduardo Duhalde escuchó esa dura imposición en boca de los mandatarios de naciones tradicionalmente unidas al país por lazos de solidaridad y afecto, como Italia y España. Y con el apoyo de los principales gobernadores del justicialismo decidió emprender el arduo camino para cuyo definitivo cumplimiento la derogación de la cuestionada norma constituye un paso fundamental. La Argentina no se ha caracterizado, históricamente, por su equilibrio. Distintas y contradictorias sirenas han seducido con sus cantos a los ciudadanos de este país a lo largo de los años. El modelo consagrado en la última década, que consiguió la ansiada estabilidad monetaria al costo de la destrucción de la producción nacional, se derrumbó con la caída de Fernando de la Rúa y los remezones del terremoto todavía se sienten. Llevará tiempo, sin dudas, rectificar el rumbo, sobre todo por la grave crisis de confianza que padece el sistema financiero tras la virtual confiscación de que fueron víctimas los ahorristas. Uno de los puntos clave es la reinserción del país en el mundo, que ya no parece estar tan lejana. Chile y Brasil, aun con innegables problemas, parecen señalar rumbos en Latinoamérica. Una moneda propia y una economía basada en el hacer -y no en la especulación- surgen como metas nítidas para generar el despegue. Las lecciones de la historia suelen ser dolorosas, y sólo los pueblos que las aprenden son capaces de forjar su porvenir.
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