Año CXXXV
 Nº 49.492
Rosario,
martes  28 de
mayo de 2002
Min 11º
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Editorial
Un llamado de alerta

La Iglesia, con criterio y conciencia del momento que se vive, ha vuelto a pronunciar un enérgico mensaje de alerta, dirigido esencialmente hacia el poder político, que obligó a los principales referentes a reflexionar ineludiblemente sobre sus conceptos. Fue precisamente en el tedéum del 25 de Mayo y ante el presidente de la Nación, donde el cardenal primado Jorge Bergoglio reveló con crudeza y fuerte espíritu crítico el grave cuadro por el que atraviesa la Argentina, ubicada en "las puertas de la disolución nacional". Se trata de un grave diagnóstico que la ciudadanía viene percibiendo y manifestando y que la Iglesia ha sabido sintetizar, llamando dramáticamente a las autoridades nacionales y a la clase política en general para que reaccionen poniendo fin a la inercia, la chatura moral y ética, y den comienzo a la reconstrucción del país.
Existe el convencimiento en la gente, corroborado por sondeos y encuestas, de que no se ha hecho todo el esfuerzo que correspondía desde la crisis institucional desatada el 19 de diciembre. Tal como lo expresó el arzobispo, el internismo faccioso, la incapacidad de sentir culpa, los negocios sospechosos y la ganancia mal habida, subsisten y siguen socavando la confianza de la población, la cual por otra parte se ve sometida día a día a mayores privaciones.
"Una sorda guerra se está librando en las calles, la peor de todas, la de los enemigos que conviven y no se ven entre sí, pues sus intereses se entrecruzan manejados por sórdidas organizaciones delincuenciales, y sólo Dios sabe qué más, aprovechando el desamparo social, la decadencia de autoridad, el vacío legal y la impunidad", dice el mensaje, mostrando el drama que sacude a la sociedad y que puede llegar a profundizarse a niveles insospechados, si se continúa en la componenda, los acuerdos espurios o las ficciones sobre mágica salida de la crisis.
Se requiere de un gran esfuerzo individual y colectivo, no sólo intelectual y físico, sino también de solidaridad hacia el semejante para comenzar a revertir el estado de decadencia. Y estos gestos, tan necesarios y urgentes, deben comenzar a percibirse en las más altas instancias de los tres poderes constitucionales. Sin embargo, no llegan, se sigue en la larga espera, o sólo se escuchan engorrosos argumentos intentando justificar la negligencia o inescrupulosidad.
No es la primera vez que la Iglesia se pronuncia con dureza ante un presidente. Lo hizo también con Raúl Alfonsín y con Carlos Menem. En ambos casos con un diagnóstico razonable sobre los errores que se cometían. Pero no hubo rectificaciones. Queda aún la esperanza en la feligresía de que el nuevo mensaje no haya sido en vano.


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