Osvaldo Aguirre / La Capital
Martin Edwin Andersen es uno de los norteamericanos que mejor conocen la historia política argentina. En 1985, como corresponsal del Washington Post y Newsweek en Buenos Aires, siguió los juicios a los ex comandantes militares. Luego publicó el libro "Dossier Secreto: El mito de la guerra sucia en la Argentina", una minuciosa reconstrucción de los años 70 que aportó la polémica afirmación de que Mario Firmenich actuó como espía de la inteligencia militar. Ahora acaba de editar "La Policía", donde repasa la historia de las fuerzas de seguridad en la Argentina y plantea propuestas para superar su estado de crisis actual. Andersen cuenta con una larga experiencia en el estudio y la planificación de la práctica policial. Dictó cursos a policías en Colombia, Bolivia y El Salvador y realizó investigaciones sobre las fuerzas de seguridad de Jamaica, Honduras y las escuelas de policía de Chile. Fue consultor del Departamento de Justicia norteamericano y, entre 1995 y 1997, asesor de la División Penal de ese organismo; actualmente trabaja como investigador para América Latina y el Caribe del grupo de derechos humanos Freedom House, con sede en Nueva York. -En "La Policía" usted afirma que las fuerzas de seguridad en la Argentina están en crisis. ¿Cómo explica esa situación? -Las causas son tanto históricas como institucionales, y la solución pasa por un esfuerzo mancomunado tanto de los policías como de los civiles en procura de prestigiar el trabajo policial. Entre las razones históricas se encuentran la falta de juricidad del país -donde el rol principal de la policía es el de sostén del orden político-económico en vez de ser garante de la ley- y el predominio de las fuerzas armadas sobre las propias instituciones policiales, cuya misión en un país democrático es totalmente distinta a la concepción castrense. A esto se agrega la virtual ausencia del poder civil en el quehacer policial, salvo cuando los políticos necesitaron a los policías para un fin específico que muchas veces no guardaba relación con el bienestar común. Esa orfandad se manifiesta hoy en una crisis institucional casi sin precedentes, donde la brecha entre la policía y la sociedad civil parece cada vez más insalvable, mientras los agentes sufren de una crisis de medios que se agudiza con el conjunto social pero que viene de lejos, mucho antes del descalabro actual. -¿Cómo incide en esa distancia la corrupción en las fuerzas de seguridad? -La naturaleza insidiosa de la corrupción policial hace estragos en la confianza del pueblo en uno de los principios fundamentales de la democracia: que la policía actúe con honestidad y como servidora y protectora, de manera imparcial, de toda la ciudadanía. Estas no son palabras retóricas, porque cualquier policía comprometido lealmente con su misión le dirá que son esos actos deshonestos y egoístas de una minoría los que ponen en jaque la reputación de toda la fuerza. El ciudadano inteligente sabe que la corrupción policial ayuda a los delincuentes y minimiza el nivel de protección que la policía ofrece a la comunidad, especialmente aquellos vecindarios que ya son víctimas del crimen. La corrupción prácticamente garantiza que el ciudadano permanezca indefenso. La lucha contra la corrupción policial es un batalla constante -aun en los países más desarrollados y donde la satisfacción popular con la policía es alta- porque las tentaciones son grandes. Por ejemplo, en los Estados Unidos, se ha arrestado a policías acusados de corrupción en todas las regiones del país, en ciudades de distinta importancia y de diversa composición racial o étnica, desde agentes del FBI -de competencia nacional- hasta policías de pequeñas reparticiones en pueblos lejanos. Y vale notar que en casi la mitad de los casos la corrupción tenía algo que ver con el narcotráfico. En el caso argentino, hablar de una solución es necesariamente pensar en prestigiar el rol de la policía frente a la sociedad y, esto es de importancia fundamental, hacer que la sociedad misma sea protagonista en ese esfuerzo de potencialización. No hay solución posible a la corrupción policial si el público no levanta la voz reclamando tanto de los políticos como de los jefes policiales un compromiso fundamental con la integridad. Uno de los esfuerzos que hago en el libro es subrayar los buenos ejemplos policiales argentinos, que no son debidamente reconocidos ni por la sociedad ni por la policía misma. Lo hago porque, en primer lugar, a veces la sociedad parece sorprenderse cuando se encuentra con un buen policía cuyo ejemplo va en contra de sus prejuicios. Y segundo, siempre ha habido una corriente interesante de policías argentinos que hicieron lo mejor que pudieron, aun en la peores circunstancias, y estos pueden servir de modelo para los jóvenes que quieren acompañar a la sociedad como policías. -En la Argentina hay un marcado ascenso de policías muertos en enfrentamientos. A la vez crece el número de delincuentes muertos y los casos de gatillo fácil. ¿Cómo se detiene esta ola de violencia? -La cantidad de agentes muertos en cumplimiento del deber es realmente alarmante. Cuando la sociedad entiende bien como éste es un factor más de la olla a presión con la cual la policía tiene que lidiar todos los días, tal vez habrá más comprensión para una institución donde el apoyo social -fundamental para el sano desempeño policial- casi siempre le fue retaceado. En cuanto al gatillo fácil, cuando Juan Pirker fue jefe de la Policía Federal, durante el gobierno de Alfonsín, los casos bajaron sensiblemente. Así que, creo, en primer lugar se necesita liderazgo y responsabilidad policial. Por otra parte, hay estrategias eficaces que han sido aplicadas con éxito en otros lugares que pueden ser de utilidad para los argentinos y su propia policía. Pero, a la vez, se requiere que la gente se involucre con su policía, tanto para ejercer presión para la reforma necesaria como para dar apoyo cuando se están haciendo las cosas bien. Nadie viene del planeta perfecto, ni los políticos, ni la policía, ni la sociedad en su conjunto. -Altos oficiales de fuerzas de seguridad suelen recibir adiestramiento en los Estados Unidos. ¿En qué medida influyen esos adoctrinamientos en sus desempeños? -Desgraciadamente, durante la "guerra fría" la doctrina de seguridad nacional esgrimida para combatir lo que se llamaba el "comunismo internacional" no solamente privilegiaba a los militares como garantes del orden social sino que los mantenía funcionalmente por encima de la policía en todo lo que tenía que ver con seguridad interior. Irónicamente, a nuestros propios militares les están vedados tales roles en los Estados Unidos, salvo en casos catastróficos. También, en el pasado, esos programas fueron manoseados por nuestras agencias de inteligencia, que muchas veces privilegiaban su cercanía a fuentes de información, fueran quienes fueran, por encima de prácticas sanas de la administración de justicia. Se ha cambiado algo, aunque en esto hay matices. Los militares norteamericanos todavía tratan de justificar el empleo de las fuerzas armadas en seguridad interna de varios países, como la Argentina, alegando que son necesarios para combatir el narcotráfico. Pero no solamente esta misma salida está prohibida en los Estados Unidos -en mi país, los militares no pueden ejercer un rol en la materia "fronteras adentro". Hay que notar que la presión sobre la Argentina se ejerció sobre todo mientras Washington mantenía "relaciones carnales" con el gobierno de Carlos Menem, que objetivamente hizo mucho para favorecer los intereses de los mismos narcotraficantes. A pesar de eso creo que Estados Unidos tiene mucho para ofrecer como materia de estudio en asuntos policiales, por nuestros aciertos, que son muchos, y por nuestras deficiencias, que también abundan, pero que pueden servir de modo de ejemplo. -Usted dice que para mejorar la seguridad es necesario recomponer el "capital social" de la comunidad. ¿Cuáles son los roles de la policía y la sociedad en ese marco? -En los barrios marginales la presencia policial debería alentar a los residentes a reestablecer voluntariamente los lazos comunitarios que, según las organismos internacionales de desarrollo, son auténticas fuentes de riqueza, porque generan una mayor sensación de orden social. La policía debería ser vista como un socio en el necesario trabajo social del lugar; en el caso de la Argentina hacer esto es retomar un rol que tenía la vieja policía en Buenos Aires, a principios del siglo pasado. La policía comunitaria puede servir de punta de lanza para disminuir el temor y alentar a la gente dispuesta a participar en mejorar la comunidad en que vive y establecer pautas de protagonismo individual. Los Estados Unidos tienen una experiencia interesante en utilizar a la policía en ese sentido, que a su vez prestigia la labor policial porque gana el reconocimiento de la gente del barrio. Creo que un programa similar sería uno de los puntos claves para revertir tanto la imagen popular de la policía con la gente, como la "mística" de servicio dentro de la propia institución en la Argentina.
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