| | Editorial Medios y Nación
| La Argentina atraviesa una circunstancia histórica dramática, vinculada con una larga e inédita crisis que ha conmovido al país hasta sus cimientos y creado un inusual clima de incertidumbre en relación con el porvenir. Ahora bien, momentos como el presente -con su carga de dolor y su ineludible cuota de fracaso- incluyen también, en sus pliegues más escondidos, una posibilidad nueva, que en términos de negocios suele designarse como un nicho de oportunidad y que para que los hombres de mar se denomina horizonte. Pero si se vislumbra a la República como un barco, antes de aludir a la peligrosa carencia de capitanes eficientes debería hacerse referencia a la tripulación y a la segunda línea de mandos. Es que, sin su activa e idónea participación, difícilmente el navío se mantendrá a flote. Cuando se piensa en los errores de enfoque cometidos durante la última década, y se realiza un balance de pérdidas y ganancias, inevitablemente se llegará a la conclusión de que la Argentina, si aspira a insertarse en el competitivo mundo globalizado, no puede prescindir de lo que en otras épocas -hoy lejanas- se llamaba empresariado nacional. Poco tiempo atrás se hacía mención en esta columna al flagrante doble discurso que practican las principales potencias occidentales, que por un lado se erigen en campeonas del libre mercado y por otro adoptan medidas vinculadas con el más riguroso proteccionismo. Tal característica puede percibirse con facilidad si se contempla el panorama de la industria cultural, donde la globalización exhibe sus costados más cuestionables, en la medida que acarrea la paulatina pérdida de identidad por parte de los Estados más débiles en la faz económica. Por tal razón, resulta clave que estas comunidades desarrollen las normas que les permitan preservar sus bienes culturales. El debate actualmente en curso acerca de proteger la presencia nacional en los medios de comunicación masivos tiene directa relación con la problemática expuesta. En tal sentido, deberían tal vez seguirse los ejemplos -y no los discursos- de Estados Unidos o Francia, que de distintas maneras pero con similar trasfondo se defienden a ultranza de la invasión extranjera en tan crucial terreno. Preservar el capital cultural de la Argentina es una misión ineludible de quienes legislan y gobiernan. Cabe esperar que las decisiones que se adoptarán en lo inmediato en el Congreso nacional no se sitúen en las antípodas de tal posición, que a la luz de las actuales circunstancias se presenta, más que nunca, como irrenunciable.
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