Con más de treinta años de experiencia como esquiador y conocedor de montañas y habiendo vivido durante muchos años en la región cordillerana, el invierno pasado me sucedió algo muy particular a la hora de elegir un centro de esquí para las vacaciones. Me dí cuenta que estaba saturado de los ya conocidos, tanto del lado argentino como chileno. Llegué a dudar sobre mi deseo de practicar deportes de invierno (esquí -snowboard) y buscaba un destino cordillerano diferente donde pudiera ver nevar desde una cómoda poltrona, cerca de un ventanal con los pies calentitos, observando el crepitar de los leños en un buen hogar acompañado de una óptima lectura y si surgía el deseo, esquiar un poco. Así fue como elegí Caviahue, destino desconocido y que por los datos que me llegaban podía cumplir con mis expectativas. Al llegar a la ciudad de Neuquén un micro me trasladó hasta Caviahue y si bien soy un gran admirador del desierto patagónico el cansancio y el sueño me permitían de tanto en tanto observar la magnitud de la estepa escarchada bajo un cielo plomizo que descargaba garrotillo. Después de cuatro horas de viaje la belleza del paisaje irrumpió mi estado de somnolencia, entre excitado y ávido por conocer preguntaba el nombre de unas formaciones rocosas que jamás había visto: los riscos bayos. Luego entramos al Cajón Chico, mientras espesos copos de nieve caían sin cesar y finalmente apareció la silueta de un pueblito de cuentos infantiles en medio de un bosque maravilloso, totalmente cubierto de nieve a orillas de un lago. Araucarias gigantes de más de 40 metros de altura con sus ramas verdes en cono invertido parecían querer capturar cada copo de nieve. Ese día cumplí las expectativas que llevaba de ver nevar por el ventanal y de caminar por las calles cubiertas de un espeso manto blanco en este pueblito encantador (primer pueblo nieve de Sudamérica por su ubicación a 1.600 metros de altura). Me llamó la atención la gran cantidad de vecinos y turistas que recorrían el lugar en motos de nieve, trineos tirados por perros o haciendo esquí de fondo. El día siguiente amaneció con un sol radiante, muy frío y pude apreciar mientras desayunaba a través de un ventanal el hermoso color del lago contrastando con la blancura del cordón montañoso ubicado en la otra orilla. Luego pregunté a una vecina que pasaba con su 4x4 dónde estaban las pistas de esquí y con mucha amabilidad me invitó a subir a su vehículo y sin alcanzar a presentarnos ya estábamos en la playa de estacionamiento, al pie de las pistas (a sólo 10 cuadras del hotel). Me sorprendió encontrar una hermosa confitería típicamente andina y dos aerosillas Ñirantal y Pehuén, paralelas y de diferente longitud que se elevaban sobre la ladera imponente del volcán Copahue (3.000 metros), abriéndose paso entre el bosque de araucarias. La adrenalina invadió mi cuerpo, recuperé en ese instante el deseo de esquiar y alquilé un equipo de nieve en el rental de la base. Aboné mi pase y subí pues deseaba deslizarme por esas laderas nevadas enaltecidas por la majestuosidad de las araucarias milenarias. Mis esquíes parecían rozar las copas de las mismas, mientras viajaba en la aerosilla y algunos ejemplares superaban holgadamente en altura la línea de los medios de elevación. Con mis bastones intentaba sacudir alguna que otra rama provocando pequeñas avalanchas, no pudiendo resistir la tentación a sabiendas que podía causar molestias a los esquiadores que se deslizaban debajo. Al desaparecer el bosque, por encima de los 1.800 metros, la boca humeante del volcán Copahue me provocó una extraña combinación de respeto y magnetismo. Después de 2 kilómetros de recorrido en la aerosilla pensé que el área esquiable se limitaba hasta este punto, que de por sí ya superaba las expectativas que traía. Al descender por la rampa sintiendo esa indescriptible sensación que sólo conocen los que practican deportes de invierno, un cartel indicador señalizaba la conexión con un área esquiable de altura (2.000 metros) conocida como "sector anfiteatro". Ese invierno volví tres veces a Caviahue con la excusa de compartir con parientes y amigos este rincón de los Andes. Hay una excursión entre tantas otras llamada Misión Antártica, para turistas y deportistas, donde un vehículo oruga permite acceder hasta el cráter mismo del volcán, visitando el centro geotérmico experimental, las lagunas Mellizas congeladas, y el hito fronterizo con el país hermano. En definitiva, para esquiadores y snowboarders es muy tentadora la posibilidad de descender 20 kilómetros de pistas vírgenes con mantos de nieve que superan en algunos sectores los seis metros. Además existe la posibilidad de disfrutar durante el descenso de un relajante baño de inmersión en los lodos burbujeantes de la laguna del Chancho, cuya temperatura roza los 40 grados, en la Villa Termal de Copahue totalmente sepultada de nieve. Espero las primeras nevadas para volver a este pueblito de cuentos infantiles. Ramiro López De Vita
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