Año CXXXV
 Nº 49.489
Rosario,
sábado  25 de
mayo de 2002
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Editorial
Historia y presente

Múltiples y muchas veces contrapuestas son las lecturas que desde la ciencia histórica se realizan de los acontecimientos del 25 de Mayo de 1810 en el entonces Virreinato del Río de la Plata, pero difícilmente pueda dudarse acerca del sentido profundo que reviste esa fecha para todos los argentinos.
Aquel día, ya lejano, la que todavía no era una patria comenzaba a serlo. Durante aquellas jornadas -que hoy son narradas en tono épico- se marcaron las primeras señas de identidad en el rostro del país que sobrevendría. Fuera de la característica que por tantos años signó a los discursos escolares, con su pátina de acríticos elogios, lo que no puede cuestionarse es la importancia trascendental del proceso revolucionario inaugurado en 1810, que significa el nacimiento de un camino que -tal cual ahora lo sabemos- apenas ha comenzado a recorrerse.
No eran argentinos quienes habitaban entonces estas tierras. Eran solamente americanos. Desde ese lugar, el de la colonia distante, enfrentaban a la metrópoli. No sabían bien hacia dónde iban; sólo eran conscientes de aquello que rechazaban. El futuro se les presentaba tan tentador como amenazante pero no vacilaron en convertirse en protagonistas de su propio destino, corriendo innumerables riesgos en su búsqueda de respuestas. Después de casi dos siglos, la Nación que los hombres de Mayo comenzaron a gestar atraviesa uno de los momentos más dramáticos de su historia. Como en aquella época, pero con la carga del fracaso sobre las espaldas, la búsqueda de un rumbo se ha convertido en la tarea fundamental. La gran diferencia, sin embargo, radica en que hoy resulta dolorosa -aunque comprensible- la extendida carencia de esperanzas.
El proceso que comenzó en Mayo de 1810 dista de haber culminado. El país, geográficamente consolidado con la triste excepción de las islas del Atlántico sur, no se comporta como tal en un sentido más profundo. Llevará mucho tiempo concluir esa tarea, que está en manos de futuras generaciones. Al presente le cabe, como a los hombres de Mayo, remover escombros y refundar las bases de la Nación. El pasado contiene valiosos ejemplos, como el de Manuel Belgrano, que ayudarán a transitar ese complejo camino.


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