Año CXXXV
 Nº 49.483
Rosario,
domingo  19 de
mayo de 2002
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Las políticas clientelistas sólo sirven para sumar sospechas y degradación
Opinión: La pérdida del espíritu de trabajo
En estancamiento con inflación, urge atacar los factores que impiden la autorregulación del empleo

Antonio I. Margariti

No hay experiencia que provoque tanta angustia moral como descubrir de pronto la mirada silenciosa y suplicante de alguien que ha perdido su trabajo y no se anima a requerir ayuda. La dignidad con que esconde la vergüenza de pedir, obra como un potente campo magnético que altera nuestra sensibilidad. Porque si en ese momento no expresamos nuestra solidaridad con alguna palabra de consuelo, ni le ayudamos con lo que tenemos a mano, es casi seguro que nuestra conciencia quedará apesadumbrada, salvo que la sordidez haya aniquilado los buenos sentimientos.
Hoy esta experiencia se repite con millones de compatriotas, que a pesar de sus méritos personales están privados de tener un trabajo digno y seguro y viven una verdadera tragedia humana que no se detiene ante nada ni ante nadie.
El presidente Eduardo Duhalde parece haber tomado conciencia de esta situación lacerante, implementando el plan "Jefes y jefas de hogares", que dispondría de 1.200 millones de dólares suministrados por el Banco Mundial para repartir bonos mensuales por familia desocupada. Pero como siempre ocurre, la instrumentación del plan es conflictiva. Tal como lo denunciara el gobernador Reutemann, el padrón de beneficiarios se confeccionó desde una oculta y misteriosa oficina bonaerense sin que las provincias y municipios sepan quiénes están anotados.
La distribución de los bonos ha sido encargada a piqueteros y agitadores callejeros, manejados con evidentes fines de hostigamiento político. Ninguna de las entidades serias y responsables de caridad fueron invitadas a intervenir porque parece que la transparencia en la distribución del dinero es causa principal de su exclusión. En resumen, a la maniobra grosera se une la sospecha.
Además de ser muy grave, este clientelismo juega con las necesidades acuciantes de la gente pero oculta otro peligro mayor: degrada a los seres humanos desocupados tratándolos como indolentes, dispuestos a vivir con dádivas políticas y carentes del espíritu de trabajo.

Estancamiento con inflación
Los enormes bolsones de pobreza generados por pésimas medidas económicas, más que bonos o cajas alimentarias, necesitan recuperar la disciplina del trabajo. Desde que el mundo es mundo, esto no se hace con gasto público. Sólo puede lograrse alentando el desarrollo de empresarios surgidos en nuestro medio, capaces de organizar y poner en marcha actividades locales, reunir colaboradores leales y comenzar a vender su producción o servicios; para lo cual necesitan estar libres de impuestos, cargas sociales y regulaciones burocráticas.
El desocupado es una persona que desearía trabajar pero no encuentra empleo, se halla privado del salario y desconectado del circuito natural de la producción y el consumo, excepto por las ayudas que recibe. Por eso corre el peligro de convertirse en un marginado crónico. Quien se acostumbra a recibir dádivas o comida gratis, engancharse en la línea eléctrica, exigir una vivienda Fonavi y disponer de medicina sin costo, se siente alentado a no hacer nada y no encuentra incentivos para hacer esfuerzos.
Los que creen que la deflación del poder adquisitivo del salario genera desempleo, porque al no poder gastar no hay reactivación, piensan que con aumentos masivos de salarios se compensará la inflación de precios y ambos reactivarán el aparato productivo. Esta tesis, sostenida hoy por la ministro Graciela Camaño y las organizaciones sindicales, estuvo en boga desde 1945 a 1975 cuando muchos países alentaron la política de indexaciones generalizadas con emisión de dinero, inspiradas en una estrategia de reactivación denominada "stop and go" (paremos y vamos) que incluía esporádicas devaluaciones competitivas.
Hasta un premio Nobel como Paul Samuelson creyó que aumentando la tasa de inflación de los precios se produciría un descenso del desempleo. Según el modelo keynesiano, el conflicto entre alza de precios y pleno empleo se corregía con aumentos nominales de salario. Pero pronto surgió un dilema cruel: en la carrera de precios y salarios todos perdían. Lo único valioso era la capacidad adquisitiva del salario real y nunca el monto nominal del sueldo. Así irrumpió el fenómeno de la estanflación, es decir el estancamiento con inflación, que los teóricos de la economía keynesiana nunca pudieron explicar.

Desocupación y contexto económico
En una economía expansiva, donde se abren nuevas empresas que demandan nuevos tipos de empleos y con una tasa de desocupación del 4%, la pérdida de trabajo plantea un problema molesto pero nunca dramático. El trabajador despedido puede encontrar nuevo empleo en un lapso de uno a dos meses. Por cierto que la prueba es difícil si el empleo que se pierde corresponde a una especialidad declinante y es sustituido por otro empleo en una especialidad ascendente, lo que obliga al trabajador a estar constantemente actualizado. En la región costera de California, este enfoque positivo de sustitución de empleos se aplica a la búsqueda generalizada a través de Internet con el fin de relacionar ofertas y demandas de empleo, lo cual permite la reubicación de una persona en menos de cuatro días, pero a condición de demostrar nuevas habilidades.
Por el contrario, en un contexto económico depresivo se agrava el impacto humano de la pérdida de empleo. En una economía donde el producto bruto cae en forma sostenida, el desempleo se vuelve masivo, es decir mayor al 12% y el nivel de vida de los trabajadores se derrumba dramáticamente a niveles mínimos. Todo se vuelve difícil, porque en este caso la pérdida del empleo o el temor del despido, tienen un impacto fuerte y diferenciado desde lo traumático hasta lo trágico.
El problema es sin duda complejo, pero para verlo con mayor claridad hay que utilizar como hilo conductor el comportamiento de los microactores del sistema económico, buscando una respuesta a estas dos preguntas: ¿Cómo es posible que puedan coexistir millones de brazos y cerebros desaprovechados en un país con inmensas necesidades insatisfechas y donde todo está por hacerse? ¿No es algo que el sentido común debiera considerar escandaloso?
Hace doscientos años, el gran economista francés Jean-Baptiste Say supo responder a estas preguntas, señalando que un desempleo estructural muy alto se produce cuando el Estado y los sindicatos restringen el derecho a buscar la autorregulación del empleo. Esta autorregulación resulta de la acción entre trabajadores y empresarios creativos -generosos o egoístas- que lanzan al mercado ofertas de bienes apreciados por compradores o inversores. El proceso de instalación, producción y distribución de esos productos innovadores engendra un suplemento de poder adquisitivo que permite financiar esas compras. Esta es la célebre "ley de las salidas" mediante la cual el circuito económico se extiende a nuevos productos y mercados, con un crecimiento de las inversiones, los ingresos y el empleo. Puede resumirse en esta fórmula: "toda nueva oferta crea su propia demanda y por ende el crecimiento y empleo, pero necesita la corrección y ajuste de aquellos factores que impiden la autorregulación del empleo y que, por eso mismo, generan desocupación".
Tales factores son: a) el elevado costo de las cargas sociales; b) la existencia de altas remuneraciones para trabajos que no crean valores; c) la falta de libertad para negociar contratos de trabajo por empresa; d) el mantenimiento forzado de empleos obsoletos con exceso de personal; e) los impuestos excesivos que tratan a las nuevas inversiones de igual forma que a las inversiones ya amortizadas y todavía rentables; f) un régimen impositivo que penaliza a los empresarios y desalienta la inversión en la propia empresa; g) la inseguridad jurídica con la generalización de sanciones penales; la complejidad e inestabilidad de las regulaciones y habilitaciones; h) los impedimentos para que las empresas alienten la formación de aprendices; i) la inadecuada formación profesional, en competencias no requeridas y totalmente desactualizadas; j) la inestabilidad cambiaria en el valor de la moneda; k) la inexistencia de un sistema bancario que no ofrezca liquidez segura en las operaciones vinculadas con la cadena de pagos y no actúe como intermediario para colocación de ahorros en inversiones productivas.
El actual gobierno de Duhalde y Alfonsín o el que venga después del descalabro, deberán arbitrar entre las dificultades de la autorregulación del mercado de trabajo y las penurias del desempleo. Pero nunca podrán solucionarlo si siguen entregando bonos a "Jefes y Jefas" por medio de los piqueteros.


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