Año CXXXV
 Nº 49.483
Rosario,
domingo  19 de
mayo de 2002
Min 7º
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Editorial
Reconocen a dos grandes

La creciente inserción de España en el mundo, después de largos años de oscuridad dictatorial, se ve reflejada en la amplitud de la decisión adoptada por el jurado del prestigioso premio Príncipe de Asturias. La elección en ambos casos de escritores ajenos al universo de la lengua castellana denota el nuevo espíritu plural de una nación que en sus peores momentos históricos pecó de cerril y aldeana. El notable dramaturgo estadounidense Arthur Miller -distinguido en letras- y el prestigioso poeta y ensayista alemán Hans Magnus Enzensberger -galardonado en comunicación y humanidades- fueron los creadores elegidos, tanto por el intrínseco valor de su obra como por el profundo grado de compromiso que han adoptado con su época.
No resulta necesario, a esta altura, abundar en detalles relativos a la trascendencia de Arthur Miller, considerado por muchos el dramaturgo más importante del pasado siglo veinte. El autor de "Todos eran mis hijos", "La muerte de un viajante" y "Las brujas de Salem" le confirió al teatro moderno una densa espesura moral, extrayéndolo de las amenazas de vacío y anemia a que lo habían sometido las extremas vanguardias. De neta raigambre ética, sus obras exponen la preocupación por el destino del hombre como núcleo candente, y poseyeron la nítida virtud de convocar -desde méritos ajenos a las concesiones- a un público masivo.
Hans Magnus Enzensberger, menos famoso que Miller, es un poeta y ensayista político de infrecuente talento, conocido por sus posiciones irreverentes en el terreno ideológico y su defensa a ultranza de los derechos del individuo, sustentada en profundas convicciones libertarias. En obras clave, como la excepcional "Política y delito" o la bellísima "El hundimiento del Titanic" (que contiene un poema estremecedor: "Nuevas razones por las que los poetas mienten"), Enzensberger consigue algo infrecuente en estos tiempos de indiferencia: conmover.
Bienvenidas sean, entonces, estas merecidas distinciones, que reposicionan a España como una nación progresista dentro del marco europeo y dan señales de su vitalidad cultural, alimentada por una inteligente democracia.


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