Año CXXXV
 Nº 49.483
Rosario,
domingo  19 de
mayo de 2002
Min 7º
Máx 12º
 
La Ciudad
La Región
Política
Economía
Opinión
El País
Sociedad
El Mundo
Policiales
Escenario
Ovación
Suplementos
Servicios
Archivo
La Empresa
Portada


Desarrollado por Soluciones Punto Com






La Rioja: Los amos del cielo

La camioneta se bambolea en el camino polvoriento que une la localidad riojana de Tama y la sierra de los Quinteros, un extraño paraje abarrotado de enormes rocas de granito, en el camino a la Quebrada de los Cóndores.
Está amaneciendo y el rocío aún humedece las hojas de los arbustos; las rocas, redondeadas, parecen el resultado de un descomunal derrumbe; pero no hay por allí montaña alguna.
Esas moles desparramadas en medio de la nada tal vez emergieron de las profundidades de la tierra o cayeron del cielo como una lluvia de meteoritos gigantes. Se dice que hace millones de años hubo allí una gran explosión, un verdadero cataclismo que convirtió el lugar en una especie de parque jurásico.
Pero los lugareños no se formulan esos interrogantes y viven apaciblemente en sus casitas construidas entre las rocas, junto a un manantial. De los árboles cuelga carne "charquiándose".
El camino sube hasta una gran planicie; abajo, a lo lejos, las nubes encapotan el valle. Al poco rato se llega a Santa Cruz de la Sierra, el puesto base que precede a la Quebrada de los Cóndores.
Allí está la casa donde nació y vive el baquiano José de la Vega, que también oficia de guía y aloja a los viajeros. José invita a sentarse en el patio, a la sombra de un nogal, frente a un arroyo que fluye. En el horno de adobe se está cocinando un chivito y ya se siente el olor de la carne. De la Vega deja el mate a un lado y va hasta la huerta a cortar perejil; después muestra los paneles solares que instaló para producir electricidad.
Las paredes de su casa son de piedra y barro, para mantener el calor en invierno y el frío en verano. Al final del almuerzo el hombre alza la mirada y descubre dos soberbios ejemplares de cóndores que bajan con un lento y cerrado planeo circular. Giran hasta acercarse a sólo 50 metros y, de pronto, aprovechando una corriente térmica ascienden y se pierden en la niebla."Nos están llamando", dice el baquiano, aprontando los caballos para salir tras ellos.
Cuando ya no hay llanos sino rocas gigantes, una al lado de la otra, es preciso avanzar a pie. El trayecto es corto y hay que caminar por un seguro camino de cornisa para llegar al cerro.
El mirador es una saliente de piedra, al borde de una gran meseta, que se abre hacia un profundo precipicio. Desde allí se ven en toda su extensión y majestuosidad los llanos riojanos.
Cuando el baquiano comienza a gritar imitando el grito de un chivo los cóndores aparecen, son más de veinte. Acostados boca arriba en la saliente, en silencio, se disfruta de esos giros lentos, apenas a 15 metros de distancia. Planean casi estáticos, con el cuerpo inmóvil y la cabeza doblada hacia abajo. Se ven claramente sus arrugadas cabezas peladas, el collar de plumón blanco y el plumaje negro con orlas blancas y el macho se distingue de la hembra por la curúncula carnosa que le cubre la cabeza desde el pico hasta la altura de los ojos.
Cuando han descendido mucho y no ven a la presa, se suben a la primera corriente ascendente y sin esfuerzo alcanzan alturas increíbles. A veces, cuentan los lugareños, hasta 80 cóndores vuelan juntos por ese desfiladero, como si custodiaran sus nidos en las altas grietas montañosas.
El poético vuelo del cóndor alumbró muchos mitos. Los indígenas del noroeste resaltaban su longevidad y bebían su sangre porque creían que alargaba la vida. Aún hoy, muchos creen que cuando el cóndor siente que sus fuerzas están mermando, y que las hembras lo abandonan, vuela muy alto y se suicida arrojándose en picada con las alas trabadas por las patas, para estrellarse contra las rocas.
Otro mito asegura que el cóndor es inmortal, y que al sentirse viejo regresa al nido para renacer como un pichón y aprender nuevamente a volar.



Desde la Quebrada de los Cóndores se ven los llanos.
Ampliar Foto
Diario La Capital todos los derechos reservados