Año CXXXV
 Nº 49.475
Rosario,
sábado  11 de
mayo de 2002
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Abandonaron las pensiones donde vivían en Rosario
Hasta los refugiados rumanos decidieron irse de la Argentina
Habrían vuelto a su país o migraron a Chile. El peso devaluado ya no tienta ni a los inmigrantes

Silvina Dezorzi / La Capital

De los 71 rumanos que hasta hace dos meses vivían en Rosario en calidad de refugiados no queda nadie. O casi nadie. Se fueron hace cosa de dos meses, cuando la devaluación del peso depreció las limosnas que recibían. Ya no más bandoneón con chicos rubios en la peatonal, ni mujeres de penosa mirada, ni supuestos lisiados en las esquinas pidiendo limosna. Ahora, la principal pensión céntrica que les hacía de hogar, en Urquiza 1319, luce un candado en la puerta. Otras dos, en Corrientes 267 y 174, también perdieron a sus inquilinos del Este europeo. Los vecinos tejen distintas versiones: la mayoría dice que retornaron a Rumania con la perspectiva de ir a probar suerte a Alemania, los menos hablan de Chile y unos más creen que emigraron a otras ciudades del país, como San Luis, Córdoba y Buenos Aires.
El delegado local de la Dirección Nacional de Migraciones, Marcelo Marchionatti, admitió a La Capital que "efectivamente los rumanos no vinieron más a renovar las residencias precarias que tenían mientras tramitaban la solicitud de refugio" ante el Comité de Elegibilidad para Refugiados (Cepare). Para mantenerse dentro de la legalidad, el trámite debe ser realizado cada 30 días por los extranjeros en esa condición.
Pero los vecinos de las pensiones donde vivían las familias rumanas se enteraron del éxodo mucho antes que las autoridades de Migraciones.
Con precisión de guía, la dueña de un local de Entre Ríos al 500 confirma la partida. "Algunos se fueron a San Luis, otro a Buenos Aires, pero la mayoría volvió a Rumania. De ahí se van a Alemania, donde ya tienen contactos", relata Estela. Según ella, varias de las familias llegaron a Rosario después de probar fortuna en Italia.
Por la misma cuadra de la pensión de calle Urquiza, herméticamente cerrada con candado desde el exterior, circulan otras versiones. El encargado de un bar y autoservicio que regularmente les proveía cigarrillos, pañales y whisky afirma que hace unos dos meses los rumanos partieron rumbo a Chile. "Desde fin de año acá ya nadie les daba monedas", explica Rodrigo a este diario. Una razón que, sumada a la posterior devaluación del peso, debe haber sido determinante en la decisión de levar anclas.
Florencia y Macarena, las hijas del dueño de otro bar, manejan datos similares. "En marzo las veintipico de familias que vivían en la pensión se fueron a Chile -dicen- porque necesitaban seguir mangueando y acá no juntaban nada".

Recuerdos en el barrio
"Se habrán ido hace cosa de mes y medio", admite Mingo, al frente de un garaje. Más allá también se acuerda de los rumanos un cerrajero conocido como Chinchulín: "Antes de desaparecer dejaron el tendal: me pincharon la línea del teléfono y entre las 2 de un domingo y la 1 de un lunes me hicieron 1.200 pesos en llamadas afuera, a Rumania, México y Francia". Se ve que los refugiados rumanos tienen familia en todos lados.
Las anécdotas en el barrio no soslayan los cuentos de lisiados. "Andaban de tullidos todo el día, pero si llovía corrían como demonios con las muletas a cuestas". Verdad o no, algunos testimonios no disimulan la xenofobia: "Para pobres nos alcanza con los nuestros", "eran bastante turros" o "má... por mí que se vuelvan a Rumania y nunca más vuelvan".
La convivencia no debe haber sido fácil. Pero tampoco para los rumanos. "Pagaban religiosamente y parecía que cuando hablaban, en perfecto castellano, siempre decían la verdad", cuenta Delia, encargada de la pensión de Corrientes 174. Desde allí partieron seis familias, con varios hijos cada una, hace más de dos meses.
El destino que le contaron a Delia: Rumania. La razón de la partida: "Que en la calle los trataban muy mal, los llevaban presos, les gritaban que se volvieran a su país y cada vez la gente les daba menos".



Ya no se ven los rumanos pidiendo limosna en la calle. (Foto: José Granata)
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