Cerca de 400.000 chicos están por debajo de la línea de pobreza en Rosario y se estima que alrededor de 50.000 son desnutridos crónicos. Según los especialistas, la carencia de alimentos básicos en los primeros años de vida afecta el normal desarrollo del sistema nervioso. Esto supone que descuidar la nutrición de los niños lleva irremediablemente a un futuro con un elevado número de personas con las facultades disminuidas.
Para el pediatra Aldo Miglieta, en la Argentina "los chicos desnutridos son gorditos pero bajitos, porque tienen una dieta rica en hidratos de carbono, sin proteínas. Comen polenta y arroz, pero no verduras, frutas y carnes". Esta situación es muy distinta a la que se plantea en Africa. "Aquí no se ven chicos con la panza hinchada y el cuerpito flaco", comentó.
Cuando falta el alimento, el cuerpo comienza a economizar energías, restándolas de las funciones vitales. "Se reseca y descama la piel, por falta de vitamina A; el cabello se pone seco y quebradizo, cambia de tonalidad, mostrando a veces un amarillo pajizo o un tono rojizo; surgen trastornos gastrointestinales, aparece una tendencia a vomitar y diarreas; se deshidratan y pierden peso; bajan las defensas y aumenta el riesgo de enfermarse", dijo.
Además de la modificación de los rasgos físicos, la desnutrición en los niños produce trastornos de conducta. "En la etapa escolar muestran rasgos comunes como apatía, irritabilidad, pasan largos ratos mirando para arriba sin conectarse con el medio, les duele la cabeza, se desmayan y no consiguen prestar atención", detalló Miglieta. Esta actitud también se manifiesta en el hogar.
La mala nutrición comienza durante la gestación. Al respecto comentó que "si la mamá está mal nutrida durante el embarazo, posiblemente la lactancia del bebé sea deficiente". Esta desnutrición, que comienza en forma temprana, deteriora el crecimiento, afecta el peso y la estatura.
Para Miglieta, la falta de alimentos nutritivos en la dieta de un niño depende de cuestiones culturales, sociales y fallas en la educación. "Una forma de evitar la desnutrición sería mediante las huertas comunitarias, como se hace en todo el mundo, incluso en Paraguay", comentó el especialista. "Sin embargo, -reflexionó- en el país estamos acostumbrados a que el Estado dé todo. Es una cuestión cultural, preferimos que nos den las cosas hechas", reflexionó el pediatra.
Comida y cariño
En los cuadros de desnutrición aguda, cuando el niño pierde mucho peso en pocos días, y requiere de internación, la recuperación es rápida y se resuelve con el cariño y la alimentación necesarias. Ocurre que si ese niño no recibe los nutrientes indispensables al volver al hogar, decrece la curva de crecimiento y seguramente tendrá baja estatura en la vida adulta.
Si la desnutrición se hace crónica o permanente (cuando se vive uno o dos años con ella), es más difícil la recuperación. Es posible que queden secuelas como bajo peso y estatura, pérdida de dientes, manchas en la piel y mayor vulnerabilidad a las infecciones, sobre todo si el ambiente donde vive el niño es poco saludable, no dispone de agua potable ni de medios para eliminar los deshechos orgánicos.
Deficiencias neurológicas
Las consecuencias de una mala alimentación se traducen también en el tamaño del cerebro. A mayor desnutrición, más pequeño el cerebro y por consiguiente, el perímetro cerebral.
La etapa más vulnerable del niño comprende desde el embarazo hasta los 7 años, cuando culmina el crecimiento cerebral. De allí la importancia de una adecuada nutrición de la madre. Caso contrario el bebé sufrirá un retardo en el crecimiento intrauterino. Lo mismo ocurre una vez nacido: cuanto más pequeño, más vulnerable y con más problemas.
Según el pediatra, "las consecuencias de una mala nutrición se pueden revertir en la medida en que se corrija no sólo la alimentación, sino también el medio donde vive, la contención familiar y la educación. Si la desnutrición fue muy acentuada, no se recupera más", afirmó.
Una dieta con los nutrientes necesarios para el desarrollo de un niño en crecimiento no puede obviar los cereales (soja, maíz, trigo); lácteos (leche, manteca, yogur, quesos), que aportan calcio; frutas y verduras que dan vitaminas, minerales y fibras; y proteínas (carnes rojas y blancas y huevo). "Sin embargo -remató Miglieta-, de nada serviría una dieta balanceada si no va acompañada de cariño y contención".