| | Editorial La lección de Francia
| La respuesta de la ciudadanía francesa en la segunda vuelta presidencial ha traído un respiro aliviador a la angustiante perspectiva de crecimiento de la ultraderecha. El 82 por ciento le dijo no a Le Pen, lo cual se puede traducir en un no al fascismo, a la discriminación, a la expulsión de inmigrantes, a la idea de una Francia pura sólo para los franceses y desintegrada de Europa. A cambio, sostuvo con su voto los valores fundacionales de la República, de libertad, igualdad y fraternidad, de imperiosa vigencia, en una época donde la segregación y las inequidades se vuelven día a día más patéticas. Se trata de los reflejos intactos de una ciudadanía que salió a enmendar con una masiva participación el costo ocasionado por la desidia, la falta de interés y negligencia política de la primera vuelta. Y en esto, hay que reconocerlo, ha tenido un gran valor la actitud razonable de la izquierda que esta vez dejó de lado las especulaciones para llamar a votar disciplinadamente contra el mal mayor. Aunque ese candidato fuera de la derecha y contase con una historia donde no todo ha sido precisamente transparencia. Ahora, la responsabilidad ha quedado en manos del presidente Jacques Chirac quien deberá dar respuestas en los próximos cinco años a las diversas dificultades de orden económico, político y social, sobre las que se cimientan las ideas de ultraderecha, lamentablemente ya instaladas en el mapa electoral. El país sufre una crisis recesiva que ha golpeado el poder adquisitivo de los asalariados, un problema eminentemente económico al que se suma el creciente flujo de inmigrantes, fundamentalmente de países que han sido colonias francesas, depositarios hoy de las culpas por la inseguridad y la desocupación. La otra gran deuda se extiende en el terreno de lo estrictamente político. Allí donde los partidos tradicionales deberán replantear en profundidad su mirada de la sociedad y sus formas de acción para poner a su país de frente a las necesidades y de cara al futuro. En este sentido, Chirac ha dicho que ha comprendido cabalmente el mensaje de los electores. Habrá que esperar qué tipo de iniciativas implementa. Para la comunidad democrática mundial, el resultado no deja de ser una señal alentadora y una lección a tomar frente a cualquier rebrote de nacionalismo y xenofobia. En América latina y particularmente en la Argentina de hoy, enmarcada en una grave crisis económica e institucional, es un llamado de atención sobre las consecuencias que puede deparar tanto la falta de renovación política como la subestimación de los instrumentos que la democracia posee para defenderse y desarrollarse.
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