| | Reflexiones Nuestra confusión
| Carlos A. Castellani (*)
Soy de la clase 1943, tengo 58 años. Tuve oportunidad de asistir a muchas crisis en nuestro país. Con una característica: cada una de ellas la autodefiníamos como la peor jamás vivida. Con el Rodrigazo, época de María Estela Martínez de Perón, con la "tablita" de Martínez de Hoz, con Sigaut ("el que apuesta al dólar pierde"), Sourrouille (plan Austral), Pugliese ("les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo"), Jesús Rodríguez (hiperinflación), Machinea (deterioro), Cavallo (corralito), Remes Lenicov (devaluación). No es que esta no sea la peor crisis, pero recuerdo en cada una de ellas que la opinión pública la definía como terminal, imposible de superar. Cuando tenemos un problema, nos detenemos a mirarlo, protestando, y no a solucionarlo. Por supuesto siempre es peor, porque un cuerpo enfermo que no es bien tratado, empeora. Sólo que después muere. Los países manifiestan su degradación con diferentes estados. Lo que vendrá en Argentina no lo sabemos: graves conflictos sociales, un régimen autoritario comunista o capitalista, o algún otro presidente elegido o no por el pueblo, que acierte o no con el rumbo que debe tomar el país. Siempre fue la discusión, y también lo es hoy: si el problema es político o económico. En estos 18 años de continuidad democrática funcionaron plenamente las instituciones, hemos elegido libremente a nuestros gobernantes. Alfonsín, en 1983; en 1989 y en 1995 a Carlos Menem, y en 1999 a Fernando de la Rúa. Lo que falló categóricamente fue el desmanejo económico, que produjeron cambios de ministros y que desembocó en la renuncia del presidente de la Nación en el mes de diciembre pasado. Rescato el período 89/99 y especialmente lo realizado entre los años 1991/1996 donde hubo estabilidad, crecimiento, derrotándose la inflación que azotó por décadas a nuestro país, y que le permitió al presidente manejarse con holgura institucional. Menem fue reelecto en 1995 por la mayoría de los argentinos. No tengo dudas de que el problema es económico (me gustaría de que alguien me convenza de lo contrario). La economía es la madre de todos los bienes (y los males). Argentina tuvo una causa determinante de sus problemas: el gran gasto público durante más de 50 años. Los gobiernos democráticos y militares que se sucedieron en el poder, tuvieron una misma constante: aumentar el gasto y crear un Estado que al día de hoy resulta ingobernable. Durante años financiamos el déficit con inflación, y una vez erradicada, con endeudamiento. Hoy no tenemos más crédito, hemos cometido tantos errores que el mundo nos mira con desconfianza. No hay prácticamente actividad económica y vivimos en la incertidumbre. Los cinco cambios de gobierno en pocos días y las dos Asambleas Legislativas -en las cuales participé- donde elegimos nada menos que dos presidentes en una semana, demuestra cuán volátiles son las instituciones cuando la economía arrastra a la sociedad, que busca y quiere un cambio ya. Si estamos por la democracia, el progreso, el desarrollo, el bienestar para todos ¿por qué no hacemos lo único que se debe hacer para crecer? Un Estado austero y eficiente, con un presupuesto equilibrado, que no malgaste los recursos, que aliente la actividad privada, única fuente genuina generadora de riqueza y empleo. Un país rico es un país con grandes capitales, con muchas empresas, grandes, medianas y pequeñas, que son las que combaten realmente la desocupación. Reglas claras y estables. Mentalidad emprendedora y de progreso constante. Esto necesita un país, por mucho tiempo. Así crece. Sin intervencionismo del Estado que termina complicando todo. En Argentina, sin embargo, se escuchan voces de muchos sectores cuestionando las ganancias de las empresas. También lo hacen cuando pierden o quiebran, ¿cuál es entonces la postura que prefieren? La riqueza no es algo estático, que esta ahí y hay que aprovecharse de ella. Necesita del hombre para ponerla en marcha, del trabajo, la constancia, la creatividad. Países pobres en su territorio, como Japón, llegaron a ser potencias mundiales, y otros muy ricos se degradaron, por hacer mal las cosas. Por eso es prioritario saber que dirección nos conviene. Es importante tener honestidad intelectual. Decir sin medias tintas qué somos: de izquierda o de derecha. Se dice, las ideologías no importan. No es así. Los partidos mayoritarios reciben en sus filas personas de todas las tendencias. A la hora de llegar al poder, la falta de cohesión en las ideas para elaborar un plan, las marchas y contramarchas malgastan en poco tiempo el poder político y termina deteriorando las instituciones. Es necesario tener conceptos claros de cómo actuar y aplicarlos. Marcar un rumbo y transitarlo sin demoras. Creo en la libertad, política y económica. Soy partidario de la "economía social de mercado", que le dio éxito a Occidente, generando desarrollo y mayor bienestar que otros sistemas. Me queda muy claro que una sana economía consolida las instituciones. Es necesario no repetir la misma historia de fracasos y desencantos. Para terminar de una vez por todas, con la Argentina confundida. (*) Diputado nacional. Presidente Ucedé nacional
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