| | Editorial Diagnóstico, parte de la cura
| La celebración -si es que tal palabra puede aplicarse- del 1º de Mayo se convirtió en la oportunidad exacta para que referentes clave del escenario social y político santafesino emitieran, en sendas alocuciones, un crudo diagnóstico sobre la realidad argentina. Tanto el gobernador Carlos Alberto Reutemann como el arzobispo rosarino, Eduardo Vicente Mirás, coincidieron en una visión profundamente crítica del presente, aunque compartieron el prisma de la esperanza para contemplar el futuro. Sin embargo, no dejaron de formular severas advertencias, que deberían ser escuchadas por todos. En las actuales circunstancias "quedamos al final del mundo", sentenció -sin medias tintas- Mirás, antes de hacer fuerte hincapié en la imprescindibilidad de la tan reclamada como demorada reforma política para que el país pueda comenzar a sacar los pies del espeso barro que lo aprisiona. Y de inmediato, tal como corresponde al lugar que naturalmente ocupa la Iglesia en la sociedad, se situó en el soslayado terreno de la ética: "Nadie quiere renunciar, nadie quiere dejar paso a los demás", dijo, antes de embestir frontalmente contra la "partidocracia" y abogar por la renovación del Estado y las dirigencias. En tanto, en el mensaje que pronunció ante la Asamblea Legislativa el mandatario santafesino privilegió el análisis político y económico, y hasta llegó a sugerir posibles modelos de país para que la Argentina imite: sorprendió, sin dudas, que Carlos Reutemann aludiera a Australia, Nueva Zelanda, Irlanda y Chile. Con antelación, había trazado un crudo cuadro de situación, pero la frase clave apuntó a un final feliz de la historia: "Argentina está muy lejos de la extinción", sentenció el gobernador. La coincidencia central de ambos discursos, sin embargo, es la aspereza del camino que deberá recorrerse si se pretende escapar de la crisis más grave de la historia nacional. El facilismo y el exitismo, vicios tan extendidos, deberán ser evitados a toda costa. La noción de esfuerzo -tan menospreciada en este país- tiene que ocupar el primer puesto en la grilla de partida. Y la impaciencia, se agrega desde aquí, también merece ser calificada de peligrosa. No se pueden aguardar milagros, sino progresos, y sólo tras un duro trabajo colectivo.
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