"Que se vayan todos". El reclamo que salió de los cacerolazos para los políticos ya lo sintieron muchos en carne propia. Escraches en las puertas de sus casas, en los bares o restaurantes. Incluso fue más allá y más de uno tuvo que "defender su honor" a las trompadas. Lo cierto es que la gran mayoría de los dirigentes -los más conocidos fundamentalmente- tuvieron que cambiar sus hábitos. Son pocos los que se animan a concurrir a los lugares que solían frecuentar.
Ninguno de los que ocupan un cargo público está exento de sufrir un escrache cuando es reconocido. Es por esto que la mayoría admite que evita las salidas y prefiere refugiarse en su casa.
"Claro que tengo miedo. Estamos como los judíos en la década del 30, nos persiguen hasta en los bares o los restaurantes. Esto termina mal", admitió un diputado que se preciaba de poder caminar por la calle sin inconvenientes hasta hace poco.
Raúl Alfonsín, Eduardo Menem, Horacio Usandizaga, Juan Carlos Millet, y las concejalas Gloria Sotelo y Ruth Atkinson son apenas un ejemplo de la ira popular contra los dirigentes.
No importa demasiado el cargo o la responsabilidad que tengan en el desastre económico y social que atraviesa el país, sólo es necesario que alguno lo reconozca para que el resto se una al repudio que genera la clase política en la ciudadanía.
"Se incrementa el desorden social y este gobierno tampoco da señales para salir, esto es un cóctel molotov", apostrofó alguien cercano al gobierno con una mirada poco optimista sobre el futuro.
Claro que hasta ahora tampoco aparece una propuesta clara desde los que reclaman que se vayan todos. Los fogoneros de las renuncias masivas deben admitir que los políticos que supimos conseguir salieron de esa misma sociedad que hoy los desprecia.
Muchos de los que ahora se movilizan en contra de la clase política son los mismos que en elecciones anteriores votaron a los que hoy ocupan una banca, o aplaudieron cuando se privatizaban las empresas del Estado y hoy -por lo menos es el clamor de la mayoría de las asambleas barriales- pide su reestatización.
"Yo no tengo problemas en decir cuánto gano, alrededor de 6.000 pesos, pero también reclamo que se diga toda la verdad. Yo no me enriquecí con la política; es más, las veces que ocupé una banca perdí plata en mi empresa", admitió un diputado provincial que viene trabajando en una reforma política que la haría mucho más transparente en Santa Fe.
Los políticos comprenden la bronca de la gente, pero no encuentran -porque no pueden o no quieren- el camino para revalidar sus títulos ante la sociedad.
Es que desde la recuperación de la democracia ningún gobierno se preocupó por mejorar la calidad de vida de la población; es más, se produjo una brutal acumulación de riqueza y concentración de capitales a costa de un crecimiento geométrico de la pobreza.
Por izquierda y por derecha
Algunos políticos creen que los medios de comunicación (especialmente los capitalinos) están atrás de una campaña para desprestigiarlos. "En América te pegan por izquierda con (Jorge) Lanata y después viene (Daniel) Hadad y te castiga por derecha".
El temor que hoy reconocen desde las diferentes vertientes políticas es que este proceso pueda convertirse en el prolegómeno de una salida hacia el autoritarismo.
Queda claro que la gente dijo basta, y aunque no tenga demasiado en claro cuál es la salida tampoco está dispuesta a dejar la protesta. Los políticos vienen hablando desde hace años de la necesidad de una reforma que adecente sus prácticas. Es hora de poner las barbas en remojo y escuchar al soberano, de lo contrario todos van a quedar sepultados y nadie puede asegurar que ésa sea la salida deseada para la Argentina.