El camino de la costa rionegrina, que une el balneario El Cóndor con el puerto de San Antonio Este, a lo largo de 175 kilómetros y siempre muy cerca del mar azul, es una travesía de un día persiguiendo al sol en su interminable ocaso por el horizonte atlántico.
El camino arranca en el faro de El Cóndor, el más antiguo de la Patagonia, aún en funcionamiento, desde cuya torre se tiene una magnífica vista de la desembocadura del río Negro.
Los primeros 20 kilómetros, hasta el balneario La Lobería, están pavimentados. Allí hay que detenerse para pasear en el vagón eléctrico que baja y sube por la rampa del acantilado. Un sitio con curiosos piletones naturales de roca donde nadar sin peligro.
Más adelante, por un tramo de ripio que zigzaguea arriba de la barranca, se llega a la reserva faunística de Punta Bermeja, donde habita una gran colonia de lobos marinos que este año tiene su "estrella" propia, un raro lobito albino que nació en enero.
Retomando el camino, que desde allí será siempre de tierra y piedras, es preciso recorrer 25 kilómetros hasta bahía Rosas, o "la ensenada", como la llaman los lugareños. Para los pescadores es un paraíso en el que capturan corvinas, pescadillas y, con el equipo adecuado, tiburones de buen tamaño.
La etapa siguiente lleva hasta la bajada de Echandi, donde un estrecho cañadón desemboca en una playa famosa por su buen pique, que es muy visitada por los pescadores locales.
A bahía Creek se llega recorriendo otros 25 kilómetros; allí vale la pena detenerse para un chapuzón y una merienda. Los altos acantilados dan reparo de los fuertes vientos patagónicos, y la playa de arena fina y declive suave parece infinita.
Lago salado
La parada siguiente es Caleta de los Loros, donde el mar ingresa a través de una estrecha boca y permanece contenido, sin oleaje, como si fuera un lago salado.
Aprovechando la quietud de las aguas, bandadas de flamencos rosados se posan para alimentarse con los cangrejos de la playa. Desde allí en apenas 15 kilómetros se llega a Pozo Salado.
La playa está protegida por médanos donde recalan, en verano, no menos de cien carpas. Los acampantes se sienten atraídos por el paraje agreste y tranquilo. Es el lugar ideal para caminar hasta el extremo oeste de la bahía y volver con varios kilos de mejillones, que se encuentran en abundancia adheridos a la roca.
Un poco más adelante el camino abandona la cercanía de la costa -es preciso estar atentos para doblar a la izquierda en el primer cruce, porque no hay señales-. Desde allí aparece un paisaje de cañadas y los típicos y bajos cerros sureños.
En los alrededores hay loros, gaviotas y tijeretas, y también chimangos, los ñandúes choiques y algún que otro zorro colorado, que merodea buscando presas en los pajonales.
Luego se enfila por el último tramo, donde están las bellísimas playas de Punta Villarino, ya en cercanías del puerto de San Antonio Este, donde se conecta con la ruta pavimentada. Son unos 30 kilómetros en los cuales se circula a menos de 300 metros de la rompiente de las olas, en la pleamar, con lugares muy buenos para la pesca variada y para nadar.
A ese lugar se llega ya en las últimas horas de la tarde, por lo que es imposible perderse la puesta del sol, de colores cambiantes sobre la confluencia del mar y la playa.
Hay que acercarse hasta el puerto y subir al mirador, desde el que se ve el intenso y permanente movimiento de carga de fruta. Allí, en la pequeña villa portuaria, un par de reductos gastronómicos esperan al viajero con rabas fritas, salmón a la parrilla, pulpos y mariscos frescos.
Después, nuevamente hacia la ruta 3 para emprender el regreso a Viedma, o seguir hacia el balneario Las Grutas, en ambos casos por caminos seguros para el tránsito nocturno.
Es un itinerario para realizar sin apuro ni sobresaltos, en unas 8 horas, con tiempo para visitar cada paraje, apreciar la belleza del entorno, caminar por las playas y tomar fotos.
En Viedma conviene iniciar el viaje antes de las 9, con la precaución de llevar lleno el tanque de nafta, ya que entre la villa marítima y la estación portuaria no hay surtidores. También es oportuno llevar agua potable; equipo de mate y viandas, porque en todo el camino sólo hay un par de puestos que no siempre tienen lo que uno necesita.
Hay que conducir con cuidado, a 80 kilómetros por hora, y nunca usar la quinta marcha para evitar maniobras bruscas. Hay que tener en cuenta el consejo de un viejo habitante: "en el ripio no hay que pisar el freno, ante una emergencia hay que parar por desaceleración o usando la caja". (Télam).