Lejos, muy lejos de nuestra condición mediterránea en la configuración territorial, tenemos una provincia hermana que casi se descuelga de las líneas paralelas para acariciar el continente antártico: Tierra del Fuego, que dejó de ser llamado territorio nacional en 1991. ¿Qué mejor que afirmar nuestra soberanía y conocer estos destinos, tan nuestros pero tan postergados y dejados de lado como opción turística por condiciones económicas más tentadoras en otros lugares del mundo?
El profundo e íntimo deseo de ir completando en nuestras visitas el gran rompecabezas de la República Argentina nos llevó a viajar al sitio más austral de la Patagonia, Ushuaia.
Ya desde el avión el paisaje natural se apreció caracterizado como complejo abrupto, resultado de la acción erosiva y procesos de acumulación de antiguos glaciares. Las laderas de las montañas denotaron inmediatamente la presencia de bosques, de una vegetación variada, rica y colorida que nos sorprendió en demasía.
Imborrables son las imágenes de la gran "bahía que penetra hacia el poniente", significado realmente descriptivo y acertado del vocablo "ushuaia" con que los nativos nombraban a la región. Esta bahía sobre la cual se recuesta la ciudad, se deja ver poco antes de aterrizar en la pista del aeropuerto. Este se halla atravesado a lo ancho de una pequeña península que se antepone a la bahía y se adentra en el Canal de Beagle. Puramente la sensación es de aterrizar en medio de las aguas.
Inmediatamente una postal de ciudad con mezcla de pueblo o aldea se presenta a nuestros ojos con construcciones más bien bajas, de techos aguzados, con mucha madera e infinidad de jardines y espacios donde lupinos, tulipanes y variedad de flores silvestres salpican de mil colores la imagen.
Todo ello enmarcado por la cordillera, los bosques y sus valles. ¿Qué se siente? La emoción inevitable de hacer realidad el estar al final del mapa y al comienzo de la aventura.
Luego de instalarnos, lo primero es lanzarse a la recorrida de su casco histórico, observando la típica y antigua arquitectura fueguina. En segundo lugar es prioritario ir a conocer el antiguo presidio. No se puede imaginar a Ushuaia sin este sitio. La mano de obra de los penados sirvió para que el asentamiento poblacional se hiciera realidad. Ellos construyeron calles, edificios públicos, el muelle, la misma cárcel, abrieron la ruta y hasta hicieron funcionar al ferrocarril. Además dieron vida a los talleres de imprenta, fotografía, sastrería, zapatería, carpintería y al servicio médico. Cubrieron las necesidades de una población que fue creciendo merced al penal y adonde llegaban barcos, con suerte, una vez al mes.
De paseo por el presidio
El lugar puede recorrerse ya que están todos sus espacios debidamente explicados e ilustrados. Hay maquetas, documentos, fotografías y hasta muñecos de tamaño real, ataviados y representados tal como fueron. Algunos presos forjaron historias atractivas que pasaron a formar parte del anecdotario. Es muy recomendable asistir a la visita guiada que tiene lugar diariamente a las l7.45. Quien oficia de guía lo hace con una pasión y una calidad explícita y comunicativa que hacen que uno tenga una vivencia inmemorial.
También son más que interesantes las visitas a los diferentes museos: del Fin del Mundo, Marítimo y Yámana, como así también conocer la antigua casa de la familia Bebán.
También es imperdible el paseo por el Parque Nacional Tierra del Fuego. Ubicado a 12 kilómetros al oeste de Ushuaia, es el único de nuestro país que posee litoral marino (sobre el Canal de Beagle). Sus bosques -donde aprendimos a conocer y distinguir lengas, ñires, coihues o guindos- ríos, lagos, turbales y costas marinas, son los elementos representativos de la última porción de bosque subantártico.
Senderos de diferentes longitudes y dificultades nos permitieron disfrutar plenamente de la naturaleza, haciéndonos sentir protagonistas en un escenario propio de un cuento. Dentro del parque nacional se halla la estación Fin del Mundo. Desde la misma parte la réplica del "Trencito de los presos", que recorre uno de los tramos de vías utilizados por los presidiarios decenas de años atrás a fin de abastecer de leña a la comunidad.
Entre pitadas, chimenea humeante de la locomotora a vapor y paisajes que se cuelan por las ventanillas de los elegantes coches calefaccionados, pueden verse aún los árboles talados, vestigios que atestiguan la dura tarea de los presos. El paseo dura alrededor de una hora hasta llegar a la estación del parque. El trayecto, de trocha angosta, corre a lo largo del río Pipo (nombre de un legendario preso). En medio del mismo y luego de trepar por una gran pendiente los pasajeros descienden para avistar el valle desde la hermosa cascada La Macarena.
Retomando la marcha se observa una recreación de un campamento Yámana. Ya abandonando el río se rodea un gran turbal, como muchos de los que caracterizan al suelo de Tierra del Fuego. Finalmente las lengas y coihues de un denso bosque parecieran querer acariciarnos rozando sus ramas contra los vidrios de los vagones.
Liliana Morre de Masía