| | Las asambleas populares, un fenómeno en pleno apogeo
| Rodolfo Montes / La Capital
El fenómeno social y político de las asambleas populares, nacidas al son de los cacerolazos espontáneos que protagonizaron la jornada del 19 de diciembre y pusieron punto final al gobierno de De la Rúa, se multiplica día a día en cada barrio de muchas ciudades del país. Se trata de un impetuoso movimiento que gana en extensión y organización y va radicalizando sus consignas. Se observa un fortísimo reflujo de las clases medias hacia posiciones antisistema, como no se experimentaba en Argentina desde los primeros años setenta. Con una diferencia crucial respecto de aquellos tiempos: hoy no hay líderes carismáticos ni siquiera organizaciones políticas que contengan la nueva militancia. En lo que va del 2002, este novel movimiento generó seis movilizaciones, desde los barrios porteños hacia Plaza de Mayo. Con sacrificadas caminatas en algunos casos de diez kilómetros de extensión, siempre en el extraño horario de la medianoche que parece, definitivamente, el momento que los nuevos militantes han elegido para dirimir las cuestiones importantes. Las ya habituales movilizaciones de los viernes fueron concurridas por hasta 20 mil personas, de las cuales un 25 por ciento participa en reuniones barriales en la semana, integra comisiones de trabajo, debate consignas, releva la situación de su barrio y envía delegados a la asamblea general de los domingos en el Parque Centenario, en el barrio de Caballito, en Capital. Nora (de Almagro) planteó a La Capital que la preocupación de su asamblea "es evitar el desgaste de las cacerolas, para lo cual le tenemos que dar objetivos políticos más precisos al movimiento". Domingo a domingo, la interbarrial de Parque Centenario mantiene una concurrencia global de unas dos mil personas, pero crece la variedad participativa. La novedad del último encuentro la dieron decenas de delegados de asambleas vecinales de todo el gran Buenos Aires "que están creciendo como hongos", dijo Miguel (Munro), tratando de usar de la mejor su manera los escasos tres minutos con que cuenta cada orador. Otra vertiente de la protesta social, nacida también del corazón de las clases medias, es a la que le atraparon los ahorros en el cerrojo bancario. "Vendí mi departamento para achicarme porque estoy casi sin ingresos, y mantengo a mis hijos. En el pasaje entre la venta y la nueva compra, me encerraron la plata. No voy a parar hasta que estos delincuentes me la devuelvan", le dijo Alejandra a La Capital, una mujer de unos 50 años, completamente desencajada, mientras golpeaba con un martillo comprado en la ferretería para ese uso, el frente del Citibank.
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