Con la comparecencia de Slobodan Milosevic ante el Tribunal Penal Internacional (TPI) para responder por los cargos de genocidio y crímenes de guerra, no sólo comenzó un proceso histórico para la estabilización de los Balcanes; también podrá verse cuán rápidamente cambian las cosas en esa álgida zona del mapa.
Pese a que en primera instancia designó al abogado Zdenko Tomanovic para representarlo, el ex presidente acabó haciendo uso de su derecho a la autodefensa. No fue el único de sus desplantes hacia el TPI, al que considera un "tribunal falso". "Es ilegal puesto que no ha sido designado por la Asamblea General de la ONU, de modo que no tengo por qué nombrar un abogado para actuar ante un órgano ilegal" declaró Milosevic en su primera comparecencia. En sus posteriores apariciones ante el tribunal, se mostró igual de altanero, negándose a leer el acta de acusación, a escuchar a la fiscal Carla del Ponte (cuya acusación es, en sus palabras, "un texto con un nivel intelectual de un niño de siete años retrasado mental") y sosteniendo en cuanta oportunidad tuvo que "el objeto de este juicio es ofrecer pruebas falsas sobre los crímenes de guerra cometidos por la Otán en la antigua Yugoslavia".
Milosevic ha sido muy hábil hasta ahora para mostrarse al mismo tiempo como un patriota enfrentado a un juicio injusto orquestado por poderes internacionales y como una figura desvalida. La corbata con los colores de Serbia que ha usado en todas sus apariciones ante el tribunal ha generado exclamaciones de satisfacción entre los belgradenses, quienes perciben al TPI como un instrumento de las fuerzas que durante setenta y ocho días bombardearon el país hace más de dos años. Milosevic intenta emular a Tito, quien al ser procesado en los años 30 se negó a reconocer la legitimidad del tribunal convirtiéndose así en una leyenda, afirman varios analistas serbios.
Pese a sus bravatas y a la espontánea solidaridad que generaron sus primeras apariciones ante el tribunal, Milosevic ha empezado a ser desplazado por temas más urgentes como el desempleo y el inminente plebiscito de autodeterminación de Montenegro, que podría romper sus vínculos con Serbia dando fin así a la Federación Yugoslava.
Imparcialidad del TPI
Su juicio es un triunfo para quienes aspiran a la existencia de una Justicia internacional, pero ese triunfo está empañado por las fundadas críticas a la imparcialidad del TPI, ratificado sólo por una minoría de países, incapaz de dar caza a otros presuntos criminales de guerra como Radovan Karadzic y Ratko Mladic (ex presidente de la república separatista serbia en Bosnia y comandante del ejército serbio en ese país, respectivamente) y reticente a juzgar a la Otán y a aliados, como el ya fallecido ex presidente croata Franjo Tudjman. El TPI tiene, por cierto, mucho por hacer en los Balcanes. Hace casi tres años que ese tribunal reclama a Karadzic y Mladic, que son considerados responsables de las atrocidades de la guerra de Bosnia-Herzegovina, en la que murieron más de doscientas cincuenta mil personas entre 1992 y 1995, y especialmente de la matanza de Srebrenica, en la que ocho mil civiles musulmanes fueron asesinados tras la toma de la ciudad por las tropas serbo-bosnias.
En aquella ocasión el gobierno yugoslavo se desentendió del asunto sosteniendo que ambos personajes estaban fuera de su territorio, pese a que varios observadores internacionales los habían visto en las afueras de Belgrado en más de una ocasión.