Año CXXXV
 Nº 49.393
Rosario,
domingo  17 de
febrero de 2002
Min 19º
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Rodolfo Daer cosechó, por una torpeza verbal, críticas de propios y extraños
La dirigencia sindical intenta recuperar terreno
Los gremialistas, cada vez más cuestionados, se mueven con cautela hasta que lleguen tiempos mejores

Luis Tarullo

Los dirigentes sindicales, que igual que los representantes políticos brillan por su ausencia en las manifestaciones populares, vuelven a salir paulatinamente a la superficie. Aunque hubo algunas excepciones, la inmensa mayoría de la dirigencia, cuestionada a nivel récord, mantuvo un obligado ostracismo y su reaparición se produce de manera cautelosa aunque en algunos casos no exenta de tropiezos políticos.
Uno de los más evidentes fue el del titular de la CGT oficial, Rodolfo Daer, quien en una declaración radial sumó críticas de afuera y de adentro al afirmar que esa central no se involucraba en los cacerolazos, pues era una cuestión de la clase media, ajena a los sindicatos. Según Daer, los trabajadores no tienen ahorros en el corralito y por eso no era preocupación de ellos.
Un día después trató de componer la situación y expresó solidaridad con los ahorristas. Pero ya era tarde: lo dicho, dicho estaba, y encima había sido publicado por los principales medios gráficos, por lo que en esta ocasión a las palabras no se las llevó el viento.
En el medio hubo para Daer una amonestación más severa -en términos de política interna- que la que podrían prodigarle sectores sociales: la de sus propios compañeros de ruta. Los principales dirigentes de la CGT le reprocharon tan temeraria afirmación en un momento delicado para el país y para la cuestionada dirigencia argentina, incluso hubo algunos, como el mercantil Armando Cavalieri, que salieron a retarlo y tomar distancia públicamente del resbalón.
Sin embargo, por ahora se decidió poner paños fríos y no seguir ventilando las disputas internas. Ni qué hablar de cualquier mención a alguna medida de protesta porque aún es temprano para romper lanzas con el gobierno de Duhalde, ya que la adhesión de la gente puede ser de regular para abajo y, lo más lapidario, por lo que les dicen a los gremialistas que hablan de acciones de fuerza: ¿Van a parar un país parado?
En la otra CGT, la de Hugo Moyano, las cosas no van mejor, pues las críticas también los alcanza pese a que no hace mucho tiempo esa central se perfilaba como la que con más empeño elevaba las reivindicaciones de los trabajadores.
Sin embargo, pese al complicado momento que afrontan, los dirigentes sindicales van desentumeciéndose lentamente en medio de la profundización de formas alternativas de organización de la protesta, como las asambleas barriales, o de comercio de base, en una era de globalización y crisis, como los clubes del trueque.
Los gremialistas que ven, como muchos dirigentes de otros sectores, que sigue aumentando el cuestionamiento de la gente y que su poder corre peligro de continuar licuándose, tratan de moverse para, al menos, mantener su statu quo, a la espera de tiempos mejores. Así, participan en deslucidas mesas de diálogo en las que las intenciones superan ampliamente a los logros concretos.

Operaciones entre bambalinas
Igualmente, tratan de realizar entre bambalinas operaciones para reestablecer una legislación laboral que les era más favorable y conseguir cubrir las enormes grietas de sus obras sociales.
Daer ha comentado que el déficit de las obras sociales se calcula en 1.200 millones de pesos, y que en lo inmediato el remedio que podría aparecer sería apenas un cuarto de esa suma, que es la cobertura de la deuda por prestaciones de alta complejidad aún pendiente de concreción por parte del gobierno.
Una situación para la cual hay un horizonte muy poco halagüeño, pues sigue registrándose un constante aumento del desempleo y el trabajo en negro y la automática disminución de aportes a los entes de salud gremiales y las coberturas. Lo que se dice, lisa y llanamente, una fórmula maldita.



Rodolfo Daer, de la CGT, víctima de los cacerolazos.
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