Gijón es una ciudad moderna e industrial, pero aún guarda algunos rincones en los que la tranquilidad está asegurada. Recorrer esta localidad asturiana, cuna de personajes ilustres como Jovellanos, es adentrarse en un entorno de natural belleza, con suaves colinas y verdes valles, todo ello impregnado por la presencia inmediata del mar. El Parador de Gijón se encuentra en la zona residencial de la ciudad, junto a la playa de San Lorenzo, que cuenta con más de dos kilómetros de fina arena blanca. Y, a su vez, en pleno parque de Isabel la Católica, uno de los lugares más románticos de Gijón, en donde se entremezclan el azul de los lagos y los en estanques con el verdor de la hierba, rodeados aquellos de sauces llorones, árboles considerados de gran importancia ecológica. Un remanso de paz en una urbe cosmopolita y ajetreada, característica primordial que lo convierte en "el sitio preferido por muchas empresas para concertar negocios o celebrar reuniones", según cuenta el propio director del establecimiento, Angel Montero. El parador fue en su época una vetusta y popular molienda, conocida como Molino Viejo. Las dos reformas que se acometieron en él han hecho que pierda un poco su esencia original, pero lo han transformado en un edificio más moderno, quizás algo más impersonal, aunque ha ganado mucho en confortabilidad en todas sus instalaciones. La sencillez y sobriedad de las líneas arquitectónicas resalta sobre todo en su interior, amplio, acogedor y luminoso. Las habitaciones resultan bastante cómodas y están bien ocupadas, sin excesivas particularidades estilísticas, lo que hace de él un lugar idóneo para descansar y olvidarse de los problemas cotidianos, perdido entre el aire puro que llega de la montaña y las ráfagas de humedad de un mar Cantábrico que denota su cercanía. Los ojos del inquieto visitante pueden disfrutar de unas magníficas vistas desde cualquier estancia del parador, sea el jardín interior del arroyo, los lagos del parque o el estanque de los patos. Gijón, una ciudad para recorrer a pie, camino entre la arisca montaña astur y la mar brava; y un parador, el Molino Viejo, lugar para dialogar con la buena gente de la tierra y saborear una de las mejores cocinas españolas.
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