| | Reflexiones Chinos y sarracenos
| Stella Maris Brunetto
Allá por finales del 700, se produjo en China la primer tirada de volantes de que se tenga noticia. La princesa Shiyautoku mandó a imprimir más de un millón de copias de una fórmula mágica sánscrita para ser distribuida entre sus súbditos. Se producía, así, una de las primeras uniones entre el papel y la imprenta, ambos inventados en ese país. El papel tenía ya unos cuantos años: su invención se había producido alrededor del año 100 y la imprenta, primero en bloques fijos de arcilla y luego en tablas móviles de madera, se venía desarrollando muy bien en Oriente aunque las impresiones de los casi 40.000 caracteres de la escritura china se tornaban muy complicadas. Pi Sheng y Wang Chen fueron algunos de los nombres que trascendieron en la tecnología de estos tipos primitivos de impresión El papel, sin embargo, llegó a Europa traído por un ex prisionero de los sarracenos. Jean Montgolfier, un francés cautivo de los musulmanes después de una batalla de la Segunda Cruzada, aprendió la técnica de la obtención de hojas a partir de madera y, una vez liberado, la llevó a su país donde abrió la primera fábrica de papel europea hacia el 1157. Con este nuevo material, los manuscritos que hasta ese momento se escribían en pergamino o papiro, se abarataron, se hicieron más manejables y terminaron imponiéndose entre los copistas e ilustradores de fines de la Edad Media. Pasarían tres siglos para que la unión del papel y la imprenta, ya producida en China volviera a tener lugar esta vez en los países europeos. Fue Gutenberg, un orfebre de Maguncia asociado al abogado Johannes Fust, quien produjo la primer imprenta europea de la que salió, en 1456, la Biblia de las 42 líneas libro que, por su calidad, podía competir airosamente con los manuscritos. La técnica empleada basada en tipos móviles de metal y prensas de madera, adaptadas de las de fabricación de vino o en la encuadernación, tenía tal perfección que no fue superada hasta el siglo XIX. Con la imprenta, además de hacerse masiva la divulgación de los textos, terminaba una época de errores que cruzaron los manuscritos de todo el mundo. Unas veces por equivocaciones en la copia, otras por la censura de señores y poderosos, cada manuscrito solía ser una nueva versión del original. Si Marco Polo hubiera publicado en tiempos de la imprenta su Libro de las Maravillas del Mundo, no se hubieran producido los centenares de versiones que circularon cuando se publicó por primera vez a fines del 1200 y de las cuales han llegado a nuestros días alrededor de 140. Pero, seguramente, el mundo no hubiera conocido la fantasía del autor cuya increíble imaginación lo llevó a describir una China inexistente poblada de billetes de banco, helados y mandarines.
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