Año CXXXV
 Nº 49.387
Rosario,
lunes  11 de
febrero de 2002
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Entrevista al catedrático de la Universidad del País Vasco
Gurutz Jáuregui: "Pasamos de la democracia de los votos a la democracia de las acciones"
"Hay que reformular el Estado de bienestar, pero para extender el bienestar y no para suprimirlo", sostuvo

Oscar Blando

(Desde San Sebastian, España)
"Una de las mayores paradojas de la democracia actual consiste en su aparente fortaleza exterior y un acelerado proceso de degradación en el funcionamiento de sus instituciones que conlleva como efecto ciudadano una pérdida de confianza en las virtudes y ventajas de la democracia. Se trata pues, de revitalizar los sistemas democráticos a fin de evitar que las actuales democracias inermes se conviertan definitivamente en inertes". La frase pertenece al catedrático de Derecho Constitucional y Político, Gurutz Jáuregui, en su obra "La democracia en la encrucijada", con quien compartimos una entrevista en la ciudad de San Sebastián, España -la que María Cristina de Habsburgo eligió como sitio de veraneo-, específicamente en su despacho de la Facultad de Derecho de la Universidad del País Vasco, que está situada en el campus universitario, a pocos minutos del centro y de la hermosa parte vieja, a la que se puede llegar caminando por la señorial bahía de la Concha, cerrada entre los montes Urgull e Igueldo.
Tratando de buscar algunas de las causas que llevan a aquella pérdida de confianza ciudadana, le acercamos la idea presente en Beck y Guiddens en referencia a que en tiempos de la globalización las decisiones colectivas ya nos son adoptadas por los tradicionales actores políticos de la modernidad simple: Estado, parlamentos, partidos, y Jáuregui reconoce que "de la democracia de los votos, que suponía que un hombre valía un voto, estamos asistiendo a la democracia de las acciones, donde el voto parece no estar en función del número de hombres sino en función del número de bienes económicos, y esto sin duda achica el espacio de la democracia". E insiste: "El problema es que si estas corporaciones o grupos económicos tomaran decisiones referidas a sus propios intereses nada podría decirse, lo grave es que quienes no han sido designados por nosotros adopten decisiones que son políticas y que se refieren al conjunto, que conciernen y tienen consecuencias hacia toda la sociedad".
De modo que para el catedrático español una de las claves radica en el control, y hace una importante aclaración: "No hay duda que hay que controlar, por ejemplo a los partidos políticos, pero ellos a pesar de todo son legitimados regularmente mediante el voto y existe entonces algún tipo de control ciudadano, pero de nada me sirve controlar los partidos si los protagonistas de las decisiones políticas están en otro lado. Y es a ellos, a los que tienen las fuentes auténticas del poder, a quienes debo tener la posibilidad de controlar, y aquí el control puede ser tanto institucional o extrainstitucional a través de organizaciones no gubernamentales, movimientos antiglobalización, nuevos protagonistas sociales, etcétera, que deberán ser vistos no contra el sistema democrático, sino como alternativa dentro del sistema democrático".
Frente a las críticas neoliberales al Estado social de derecho que le recordamos y que tanta preponderancia han tenido -lamentablemente- por nuestras tierras latinoamericanas, Jáuregui afirma convencido que "hay que reformular, sí, el Estado de bienestar, pero para extender el bienestar y no para suprimirlo. Extender el bienestar en un doble sentido: de un lado, extender el bienestar al 80 por ciento de la población mundial en donde se concentra la pobreza, frente al 20 por ciento que concentra la riqueza, pero extender también el bienestar al interior de los países desarrollados, donde también existe pobreza y se pierden derechos sociales".
Jáuregui refuerza su idea con ejemplos: "Aquí mismo, en España y en Europa en general, no sólo existe desempleo -pese a que hay un repunte del empleo-, sino que el trabajo existente es precario. Un joven de 25 años con carrera universitaria debe someterse a condiciones francamente traumáticas: 12 horas diarias de trabajo, contratos temporales de 3 a 6 meses y sueldos miserables". Por tanto la pregunta, siempre inquietante -principalmente para nosotros-, sigue siendo la misma, ¿cuánta pobreza puede soportar la democracia?
Por fin, el constitucionalista nos adelanta que en su nueva obra, "La democracia planetaria", trata de abordar un problema tan complejo como actual: mientras la realidad social, económica, política, tecnológica, se apresta con decisión a afrontar los retos del siglo XXI, los vigentes sistemas políticos democráticos siguen anclados en los viejos esquemas decimonónicos, o en el mejor de los casos, en un sistema institucional diseñado en el primer tercio del siglo XX para un mundo y una realidad que poco tiene que ver con el momento actual. La democracia presente se encuentra sometida a un doble reto: debe actualizar y profundizar el contenido de sus fines, adecuándolos a los valores sociales y culturales vigentes y también llevar a cabo una profunda transformación de las bases institucionales en las que se asientan los sistema democráticos actuales. En ello le va su propia supervivencia.


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