Año CXXXV
 Nº 49.386
Rosario,
domingo  10 de
febrero de 2002
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Panorama económico-político
Argentina, un país que no importa

Pablo Kandel

Argentina, en medio de todo este drama, se ha convertido en un país que no importa. Preocupa, solamente.
No importa ni siquiera a sus conciudadanos; los exporta. Desde el punto de vista comercial, importa cada vez menos: disminuyó sus importaciones en un 55 por ciento en el mes de diciembre y en un 20 por ciento en todo 2001. De esa manera sólo se importó por valor de 20.000 millones de dólares, cifra que en 1998, año pico, había sido de 31.400 millones.
Las perspectivas para 2002 son de muchas menos importaciones, porque en el ínterin se ha soltado un resorte que venía muy apretado: se liberó el tipo de cambio, se encareció la importación.
Por otro lado, la incertidumbre cambiaria hace que, si no hay precio para la exportación, menos aún lo hay para la importación. Además, un régimen cambiario rígido, de permisos previos obligados, por parte del Banco Central, implica que el pago de las importaciones se haga a un mínimo de 180 días lo que lleva al proveedor externo a pensarlo dos veces antes de mandar containers a un país sin divisas y que además declaró el default.
Así, las importaciones se reducirán al mínimo ultramínimo, indispensable, no se formarán stocks ni habrá repuestos. Todo se hará al día. Con la consecuencia de que, si en algún momento llega a ser cierto el por ahora cuento de hadas de que en el segundo semestre se reactivará la economía, la falta de insumos y piezas importados, para no hablar de productos de consumo, se hará sentir como un serio cuello de botella.
En esas condiciones, el ministro Jorge Remes puede exhibir uno de los pocos o el único as que le queda en la manga: Argentina tendrá en 2002 un superávit comercial de 15.000 millones de dólares, contra 6.300 millones en 2001.
Sin embargo, no es para descorchar champagne (los corchos son importados). Ese excedente es como exprimir pobreza, porque un país que no importa es que casi no necesita nada, es que ha entrado en la autarquía pero por la puerta de atrás. Es decir, no por haber edificado su base industrial y solamente importar lo que su producción no abastece sino porque ha declinado tanto en su nivel de vida que sus consumos son escasos y tienden a cero.
El superávit será la consecuencia de las buenas cosechas, los precios relativamente mejores, un escenario internacional en recuperación, y recursos naturales no renovables como el petróleo, y que se basa más en el achatamiento de las importaciones, que en el dinamismo de las exportaciones.
De manera tal que este hecho de que la Argentina no importa, o importa cada vez menos, puede ser analizado desde dos puntos de vista: uno, por los reproches a que se ve sometido por parte de dirigentes de la economía internacional como el secretario del Tesoro, Paul O'Neill, quien no está dispuesto a sacrificar cuatro tandas de 70.000 millones de dólares cada una en ayuda para "ese barril sin fondo que es Argentina". Máxime cuando es dinero de los contribuyentes, los plomeros norteamericanos, y él es un multimillonario pero es hijo de mineros y casado con una hija de mineros, sabe lo que es nacer pobre.
Pero el otro enfoque es el serio daño que desde el punto de vista fiscal provoca la caída de las importaciones. Las importaciones significan un ingreso fiscal directo, tanto por derechos de aduana como por IVA e impuesto a las ganancias cobrado a los importadores al ingresar los productos.
Estos impuestos son mucho más fáciles de cobrar que el resto de los impuestos, especialmente el IVA y el impuesto a las ganancias, pues estos dos grandes gravámenes se han desintegrado dejando al Estado prácticamente "en calzoncillos" en materia fiscal, contando únicamente con el impuesto al cheque como tractorcito de la recaudación.
Con tal que haya una Aduana mínimamente eficiente, dotada de recursos, que no sea un colador, el control del movimiento de importación hace que rápidamente se eleven los ingresos fiscales. Así se sucedió entre 1991 y 94, en que la rápida mejoría de la recaudación estuvo sustentada en un incremento de las importaciones y en la percepción de derechos de Aduana e IVA.
Además, contando hoy con un tipo de cambio elevado, a diferencia de lo que sucedió hasta fines de 2001, se reduce el incentivo para el contrabando y la subfacturación de importaciones. Mientras que con las exportaciones sucede todo lo contrario, ellas implican un movimiento de salida de dinero del fisco, ya sea por reembolsos, por reintegro del IVA, por subsidios directos o indirectos, etcétera, y son recursos que el Estado no tiene y que le obligan a quedar en deuda con los exportadores, los cuales, hasta que les paguen, no quieren seguir exportando ni liquidar divisas por las exportaciones anteriores, como está sucediendo actualmente.
Desde hace dos meses se obliga a los exportadores a entregar al Estado los dólares que cobran pues antes podían quedárselos en el exterior. Pero ellos se resisten a hacerlo y a cambio exigen que se les paguen los reintegros de IVA al valor del dólar libre o como mínimo el dólar pesificado pero nunca a uno a uno como es la pretensión oficial.
Y mientras esta pulseada no decide quién le tuerce el brazo a quién, no hay exportaciones y el movimiento interno del país se paraliza.
Finalmente hay otro punto para destacar en lo que se refiere a las importaciones: que los países con los cuales Argentina comercia también se lastiman en sus intereses industriales al no poder exportarle a la Argentina por sus dificultades. Es el caso de Brasil pero también de Estados Unidos, hasta cierto punto. Sus fuentes de trabajo sufren, pues en una época Argentina era uno de los importadores más importantes, valga la redundancia, y hoy prácticamente ha desaparecido del mapa.
También a ellos les conviene que la Argentina se recomponga. La Argentina debería importarles cada día más en lugar de cada día menos.



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