Año CXXXV
 Nº 49.384
Rosario,
viernes  08 de
febrero de 2002
Min 17º
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Reflexiones
Tiempo presente

Rubén A. Chababo

En tiempos como los que corren signados por la incertidumbre y el desaliento, no es poco lo que pueden enseñarnos las experiencias vividas por otras comunidades que como la nuestra, han atravesado situaciones límite. Las sociedades enfrentadas al impacto de la guerra o a la adversidad de cataclismos naturales pueden ser un referente que nos ayude a pensar cómo avanzar en este desfiladero al que todos sentimos hoy que nos han arrojado.
El escritor alemán Günter Grass cuenta en uno de sus textos autobiográficos cómo en los años de la Segunda Guerra decenas de habitantes de su Danzig natal se mataban de desesperación como consecuencia de los terribles bombardeos que asolaban su ciudad al ver que todo futuro era imposible de ser imaginado en el corazón de esa hecatombe bélica que parecía no tener fin, pero también relata en ese mismo ensayo que, contemporáneamente a esa escalada indetenible de suicidas, comenzaron a formarse las llamadas "legiones", grupos de hombres y mujeres dedicados a proyectar la reconstrucción de Danzig una vez que la guerra terminara. Sentados sobre los mismos escombros humeantes de iglesias, puentes y escuelas diseñaban los planos de las reconstrucciones futuras. Los primeros nunca vieron los amaneceres de 1945, los segundos aún respiran el aire libre conquistado a fuerza de imaginación y tenacidad.
Viktor Frankl, que en los mismos años en los que Danzig era bombardeada estaba recluido en las barracas de un campo de concentración polaco, cuenta en sus memorias que a pesar de que cada amanecer podía ser el último de su vida (de hecho, todos sus familiares ya habían sido devorados por la maquinaria mortal del campo), nunca dejaba de anotar en una corroída y amarillenta hoja de papel que guardaba con celo entre los pliegues de su única chaqueta, un plan imaginario de todo lo que haría una vez que saliera en libertad. A su alrededor nada indicaba esa posibilidad, pero a Frankl esa tarea le bastaba para no sucumbir. Años después aseguraría que fue esa actitud tenaz de aferrarse a una idea de futuro lo que lo salvó de no entregarse a la muerte, como le sucedió a muchos de sus compañeros de cautiverio quienes, agobiados por el dolor y el sufrimiento cotidiano se negaban a comer lo indispensable para sobrevivir.
En la magistral película "La mirada de Ulises" que narra la desintegración de la ex Yugoslavia, su director, Theo Angelópolus, muestra en una de las escenas más sublimes del film, cómo en el parque central de Sarajevo, en las breves horas concedidas por una frágil tregua por parte de los francotiradores, una orquesta municipal insiste en ensayar los acordes de una sinfonía frente a los asustados habitantes de la ciudad sitiada. Sin estar ajenos al drama que padecen, absolutamente conscientes del peligro que supone su exposición pública, los músicos saben que ese gesto de urbanidad los salva, a ellos y a los ciudadanos de Sarajevo, de la locura que supone vivir encerrados en catacumbas.
La serie de testimonios semejantes a éstos, tanto en la escena europea como americana, son innumerables. No hay pueblo, grupo humano o país que no posea un repertorio de historias en la que se hable de cómo resistir espiritualmente en tiempos aciagos, en cómo hacer de la imaginación un antídoto más que eficaz ante el fantasma de aquello que se vislumbra como una disolución inminente. Es cierto que no todos los que resisten espiritualmente se salvan, y también es cierto que no todos poseen a flor de piel esa reserva poderosa e intangible que puede servir de estímulo en el corazón de los tiempos oscuros. Pero es una verdad irrefutable que cuando el mundo se opaca en torno a uno, cuando parece que no hay salida y que todo se vuelve adverso a la propia voluntad, la tarea de imaginar aquellos proyectos que habrán de ponerse en marcha una vez que acabe la hostilidad presente puede ser una de las formas más eficaces de comenzar a edificar eso que se llama resistencia.


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