¿Qué pasará con la actual clase dirigente el día que las cacerolas vuelvan a las alacenas?
Aunque el ruido del teflón impida las lecturas estratégicas, la clase media trazó un antes y un después en la forma de hacer política e hizo nacer un tipo de control social inédito en la posdictadura. Políticos, jueces, sindicalistas y empresarios deberán pasar un exigente examen para renovar su carné de presentación ante una sociedad que se hartó del doble discurso, las prebendas, los privilegios, las jubilaciones VIP y la hipocresía. Si bien el deseo catártico de los caceroleros es de cumplimiento imposible ("que se vayan todos, que no quede ni uno solo"), no hay demasiadas buenas noticias para quienes hoy son identificados y expulsados de los lugares públicos. Unicamente quedarán los mejores, los honestos, los que no contribuyeron a destrozar la credibilidad de la política.
u "Se buscan líderes" fue el aviso clasificado que la sociedad publicó en el 89, luego del fracaso de lo que, se creía, iba a constituir una primavera alfonsinista.
u Tras una década de menemismo, la misma franja de la sociedad que disfrutó del voto-cuota cambió su demanda pública. "Se necesitan honestos", consignó con contundencia en el 99.
u La desastroza experiencia aliancista en el poder, que puso en el corralito a lo que había sido su principal base de sustentación, deflagró en un estado de asamblea permanente que se cargó dos presidentes y derribó varios intentos de maquillar la realidad sin cambiar el rostro de los males verdaderos.
u "Se necesitan plomeros" debería ser el aviso a considerar el día en que los argentinos vuelvan a las urnas para elegir al presidente de la Nación, una opción que con claridad intelectual vislumbró antes del estallido el historiador Tulio Halperín Donghi. Con semejantes agujeros esparcidos en la dermis de la República no bastará, sin embargo, con un simple conocedor del oficio.
Ningún politólogo argentino pudo desentrañar hasta ahora si la clase media que salió golpear cacerolas buscará una salida política por izquierda o doblará su batería doméstica hacia quien se anime a reconstituir el principio de autoridad a partir del balance de las cuentas públicas y de la abstención de pronunciar promesas incumplibles a la hora de reconstruir la Nación.
El nuevo tamiz
"La clase media salió a cacerolear para no insultarse a sí misma", fue el despectivo comentario que se lanzó desde alguna usina intelectual, convencida de que el ruido del teflón dejará de sonar el mismo día en que se liberen los depósitos. Se trata de una mirada esquiva, parcial y poco abarcativa del estado de las cosas. De ahora en más, ningún gobernante podrá tomar decisiones de Estado sin tener en cuenta a quienes se niegan a cometer el error de chocar dos veces contra la misma pared.
Quienes se movilizaron el viernes pasado en las principales ciudades el país demostraron ser poseedores de una fina sintonía para decodificar el estado de las cosas. Tras escuchar a Eduardo Duhalde se dieron cuenta de que estaban en presencia de un gobierno débil, víctima de una grotesca vendetta de parte de una Corte Suprema de Justicia acostumbrada a cualquier milagro. La percusión de esa noche tenía un medio tono acorde a las circunstancias: si cae Duhalde, la anarquía golpeará a la República y abrirá las puertas a quienes quieren llegar a la Rosada "a paso redoblado".
Las carencias del gobierno se siguen leyendo desde su propia composición y desde el egoísmo de la mayoría de los referentes justicialistas que no quiere involucrarse en la gestión, pensando solamente en su interés personal.
"¿Saben por qué está vacante el cargo de embajador en Francia? Porque en el PJ bonaerense no hay nadie que hable francés", es el chiste de moda en algún partido de la oposición.
Duhalde está desesperado en su intento de obtener masa crítica suficiente para legitimar su condición de jefe de Estado. Ante la ausencia de referentes propios debe recurrir a Raúl Alfonsín, Leopoldo Moreau y Darío Alessandro, sabiendo que tendrá que soportar las chicanas de Ricardo López Murphy. El pétreo economista que recibe bendiciones de lo más rancio del establishment y que admite que su candidatura presidencial "llega a tambor batiente".
Frente a semejante eslogan sería bueno que Duhalde pueda alcanzar la meta del 2003 y que los políticos que quieran seguir en pie constituyan una barrera extra ante cualquier intento autoritario.
Quienes golpean las cacerolas exigen nuevos dirigentes y otros rostros. Una necesidad impostergable, pero que, inevitablemente, se cocinará a fuego lento. Improvisar los procesos es tan suicida como permitir que la política siga siendo un refugio para inescrupulosos.