| | cartas La culpa es de la corrupción
| En estos momentos tan difíciles que, gratuitamente, estamos padeciendo los argentinos, sería interesante recordar algunas premisas simples pero fundamentales para el funcionamiento y mantenimiento de las instituciones democráticas. Desde 1853 tenemos una constitución que nos permite organizarnos como país en torno a la idea de un Estado de derecho emergida de la propia voluntad del pueblo. Los representantes elegidos a través del voto son los políticos-gobernantes, que no son los que mandan sino los que deben obedecer fielmente el mandato que se les ha delegado y por el cual ocupan los cargos públicos. Por lo tanto, gobernar quiere decir administrar en forma responsable y trasparente, manteniendo el orden y la justicia en beneficio de la totalidad de los habitantes de un país. Señores gobernantes: actualmente no estamos percibiendo un sistema económico y jurídico que garantice bienestar y confianza como corresponde a una democracia que se precie de tal. Todo lo contrario, es ahora, más que nunca en nuestra historia, que los argentinos nos sentimos avasallados en nuestros derechos (artículo 14 y 14 bis de la Constitución Nacional) sintiéndonos absolutamente desprotegidos contra el estado que nos hace víctimas de un modo de convivencia ajeno y perjudicial, no sólo desde lo económico sino también, y esto puede ser lo más grave, desde lo psicológico y social. Donde reina la incertidumbre cotidiana, la democracia corre el grave riesgo de caer en desprestigio o de desaparecer, y ya todos sabemos cuáles son las consecuencias de esto. Llegó la hora de tener un gesto de grandeza, para muchos quizá el único en su vida política, de pensar, no ya en intereses creados, sino en el destino de toda una Nación, porque, seamos sinceros, la "culpa" de todo lo que está pasando no es de la convertibilidad sino de la corrupción. Ana María Mangiantini
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