La sociedad argentina sepultó anoche una forma de hacer política y envió un ultimátum directo al corazón del gobierno de Eduardo Duhalde.
La heterogeneidad de las demandas y el clima asambleístico, pero pacífico, que dominó la geografía del país hasta la madrugada de ayer no hizo otra cosa que confirmar en hechos lo que hasta entonces se exponía en la teoría del análisis periodístico: el mix de corrupción, inequidad social, crecimiento de la pobreza, miopía dirigencial y crisis de liderazgo terminó por quebrar el delicado equilibrio por el que transitaba una Nación en la que la vieja política no terminaba de caer y la nueva política no se atrevía a irrumpir.
El corralito al que fue desterrada la clase media hizo detonar todas las minas que parecían desactivadas y el nuevo fenómeno social tomó por sorpresa a las anquilosadas estructuras del poder, que, presas de un ombliguismo suicida, demora hasta el paroxismo la meneada e imprescindible reducción del costo de la política.
Estado deliberativo
¿Por quién doblan políticamente las cacerolas? La pregunta que desvela a los partidos, los jueces, las cúpulas sindicales y los empresarios hegemónicos no tiene, hoy por hoy, una respuesta certera. Ningún político de derecha, de centro o de izquierda pudo apropiarse de la protesta. Y cuando alguien lo intentó fue repudiado sin más. Quienes se cansaron del estado de las cosas tienen en claro qué es lo que no quieren, cuestión que fue resumida con certeza por uno de los miles de manifestantes que rodearon la Pirámide de Mayo. "Estoy acá para que Duhalde se decida si está con la producción, con el pueblo o con la especulación financiera", dijo el hombre con el cortísimo hilo de voz que le quedaba, como queriendo expresar que ahora sí la sociedad pretende gobernar y deliberar, y no a través de sus actuales representantes.
La bancarrota de la Argentina y el descrédito de la dirigencia han introducido al país en un pozo que parece no tener fondo. Seguir descendiendo conduce inexorablemente hacia la anarquía o a un pedido de "mano dura" que no tardarán en hacer llegar los autoritarios de siempre.
Sólo un "hit"
Habrá que repetir también que el contundente hit que se hizo escuchar en cada una de las movilizaciones es desde la práctica insustentable. "Que se vayan todos, que no quede ni uno solo", cantaron miles de personas tratando de hacer catarsis.
Algunos deberán quedar: los mejores, los honestos, los que tengan algo que ofrecer, que decir o que hacer. Sin política, los bulímicos mercados no tendrán barreras para seguir devorando como un pacman cualquier vestigio de justicia social. Los dirigentes deberán reconstruir más temprano que tarde los puentes con la gente, única forma de cerrar las heridas abiertas en el tejido de la República.
La historia le reservó a Duhalde un rol decisivo en la historia institucional: de acuerdo a lo que haga de ahora en más podrá ser recordado como el garante de una transición complicada y plagada de zonas grises (que le dejó como herencia la esperpéntica Alianza), o como el último exponente de una dirigencia fracasada y oxidada por el paso del tiempo. Pero la renovación no saldrá a escena con un simple chasquido de dedos.
O el presidente de la Nación actúa aquí y ahora, decodificando el mensaje de la sociedad, o se verá obligado a lanzar un inminente llamado a elecciones de resultado incierto.
Pero más allá de la urgencia duhaldista, el partido de gobierno y la oposición deberán dejar de mirar hacia otro lado e involucrarse en el destino del gobierno, que, como un gráfico de la gravedad de la crisis, puede convertirse en el destino de la República.
Los gobernadores justicialistas, en su gran mayoría reacios a exteriorizar sus gestos de apoyo a la gestión nacional, tendrán que comprender que negarle masa crítica al Ejecutivo no constituirá un juego de suma cero: el creciente reclamo popular también les apunta a las gestiones provinciales que han hecho base en el clientelismo y las prebendas.
El estado de asamblea permanente que ganó las calles también pone en jaque la legitimidad de las cúpulas cegetistas, identificadas por la sociedad como un cenáculo cargado de viejas mañas, escasa transparencia y roscas contínuas más allá de los gobernantes de turno. La instantánea que muestra a caciques gremiales cada vez más ricos y trabajadores cada vez más pobres es otra ecuación a tiro de cacerolazo.
Si la realidad continúa mostrando la ajada foto de hoy, columpiándose entre la anarquía y el desgobierno, la que quedará en el corralito será la democracia. Y entonces sí será demasiado tarde para lágrimas.